[Crítica] «Heretic» (2024): el horror antirreligioso


Si algo es notable en Heretic (2024), más allá del formidable encanto de Hugh Grant, es la vuelta de tuerca en su conflicto principal. En el nuevo filme de horror de A24, dos jóvenes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son secuestradas por un hombre de mediana edad dispuesto a convencerlas de abandonar su fe. Si uno revisa el cine de horror, será fácil notar que, en la mayoría de ocasiones, el arquetipo funciona exactamente al revés: es el religioso devoto (acaso caracterizado como fanático) el principal antagonista, la principal razón de miedo e inquietud en la trama. Resulta bastante curioso ver un film de horror en el que los personajes religiosos (y misioneros, dicho sea de paso), son concebidos como protagonistas: dos jóvenes religiosas, replicando la noción de la heroína virginal del cine de horror, que son perseguidas por el ateo convencido de que toda manifestación religiosa es intrínsecamente inmoral. Para el deleite de la audiencia, por una vez, juego de gato y ratón, los secretos y mentiras, no se concibe como una forma de convencer forzosamente a alguien de alguna creencia, sino, por el contrario, de abandonarla a toda costa.

Al inicio de Heretic, las dos protagonistas, hermanas religiosas en pleno acto de peregrinación por un vecindario acomodado, discuten sobre Book of Mormon, el comiquísimo musical que satiriza a su iglesia y su misión. “Somos las raras aquí”, dice una de las protagonistas, “los de South Park hicieron un musical sobre nosotros”. El sentido de extrañeza de las dos mujeres solo se acrecienta una vez que el señor Reed, un sujeto bastante más amable de lo que debería, les invita a pasar a su casa. El señor Reed está interesado en escuchar más sobre la iglesia de las hermanas Barnes y Paxton, pero, tras unos minutos de tensa conversación, queda claro que su interés radica más en la refutación de las teorías que en aprender de ellas. Para cada ataque del señor Reed, sin embargo, la hermana Barnes tiene una respuesta más o menos razonable, al menos, dentro de su fe. Recordemos que estamos viendo el filme desde su punto de vista. La actitud condescendiente de Reed y su crítica voraz son, sin dudas, obstáculos comunes que las hermanas suelen encontrar en su camino: las dos mujeres han sido criadas y programadas para tolerar el rechazo y permanecer tercas en la fe. 

No pasa mucho rato antes que los ataques sutiles de Reed se tornen una afrenta directa. Esta transición, por suerte, se hace de forma sutil. Me gusta que Heretic, en contraste con otros filmes de secuestro y de hombres-buenos-que-se-tornan-malévolos, presenta un escenario más o menos creíble de abducción: no es, digamos, como otras historias en las que cualquier persona razonable hubiese escapado de allí a la primera mala señal. En los primeros minutos del film, la excesiva cordialidad, las advertencias y requisitos, así como las negativas amigables, son una constante. Ninguna de las dos está segura de irse al inicio, dado que su misión parece ser demasiado importante y las chances de encontrar a otro tipo tan interesado en su religión no son muy altas. Para cuando las hermanas quieren irse, es claro que Reed ha preparado todo para no permitirlo. En este caso, tenemos otra refrescante vuelta de tuerca: el secuestrador no atrapa a las protagonistas para obtener algo material a cambio (sexo, una recompensa, ni siquiera satisfacer alguna pulsión psicopática), sino que, por el contrario, parece que quiere secuestralas para hacerlas libres: lo único que quiere a cambio de ellas -el único precio a pagar- es que abandonen su fe. Por supuesto, ninguna de las dos decide hacerlo, y allí la tensión. 

En este punto, vale la pena resaltar el matiz en la propuesta de Heretic, sobre todo en la ambigüedad de su mensaje principal. Eso sí, tenemos que descartar alguna profunda reflexión en torno a la naturaleza de la  creencia o de la religión en sí misma, dado que, en ese aspecto, la película llega a conclusiones bastante seguras y previsibles: la religión puede ser utilizada como elemento de control, las personas religiosas cumplen la fe de forma contradictoria, la fe puede ser la única forma de resistir ante ciertas tragedias. Nada en este punto es muy nuevo. Lo mejor que hace Heretic, más bien, es insistir en la muy tensa relación entre los miembros de una religión y aquellos fuera de ella, sobre todo sus críticos. A diferencia de lo que uno hubiese pensado al inicio, esta no es ni un producto antirreligioso ni una película de propaganda de la fe. El guión es lo suficientemente astuto por dejar numerosas grietas en las intenciones del señor Reed, y sus constantes monólogos en contra de la religión contrastan con la excesiva mojigatería de una de las hermanas, o la determinación teológica de la otra.

Lo que sí queda claro es que, dentro de su potencial simbolismo, el film sugiere una mirada crítica al discurso antirreligioso, y, en general, una crítica bastante razonable al mundo de la academia. Pensemos en el señor Reed, repleto de referencias intelectuales, conocimiento interdisciplinar, datos curiosos de la cultura pop y el mundo del arte. La caricatura del académico petulante le queda bastante bien. La forma en que analiza la religión parte de su propia posición axiomática, su propio dogma: rechazar cualquier tipo de inclinación religiosa, mirar con desdén cualquier posible evidencia o teoría que la justifique, adaptar y manipular la data para asegurarse de que su mensaje sea bien recibido. En ese sentido, la cruzada anticlerical del señor Reed repite el mismo dogmatismo de muchas religiones organizadas en su versión radical. De hecho, la actitud del señor Reed presenta, desde la forma de hablarles hasta imposición de dilemas, un tipo de asimetría muy intenso, imposible de borrar. Será por este motivo que en cierto modo, el secuestrador las trata con tanta indulgencia. 

Gracias a un muy convincente Hugh Grant, el señor Reed representa los riesgos del dogmatismo intelectual. En su constante parloteo antirreligioso, Reed humilla a sus huéspedes, cruza incorrectamente la data, persigue las ideas contrarias, exhibe cierto riesgo positivista, y, sobre todo, impone peligrosos experimentos con tal de que consiga comprobar su hipótesis. Su forma de imponer los hechos se parece mucho a las formas de manipulación de secta y cultos. Su alteración de las interpretaciones (como una forma de responder a distintas anomalías) replica la misma ambigüedad e inconsistencia que él le achaca a la religión moderna. Lo que podría ser solo una clase de historia de la religión occidental narrada en un tono particularmente entretenido se vuelve una mirada bastante crítica de los dogmas contemporáneos, a veces desprovistos de carácter religioso, pero cargados de un intenso parloteo, justificaciones forzadas y nula disposición para entender al otro. Lo que sucede en Heretic bien podría replicarse en una pelea en comentarios de YouTube o un hilo de X/Twitter. 

Heretic, en cierto sentido, consigue un tono más o menos balanceado para que el mensaje de fondo no se pierda entre los revoloteos de su historia. No sé si siempre logra este cometido. La segunda mitad del film no funciona tan bien, en parte porque el filme cede a las insinuaciones del horror tradicional, cierta dosis de gore y elementos de shock, y una serie de diálogos que funcionan mejor para un experimento mental que para una escena creíble. Me sorprende que sean tantos los filmes de horror independiente que hoy en día (The Substance, Barbarían, X, etc)  que muestran un tipo muy visceral de terror corporal, un espectáculo de sangres y fluidos en clave gore. Sospecho que tiene que ver con las ansiedades que hoy tenemos sobre nuestros cuerpos. Ese es un dilema igual de interesante que la cuestión religiosa, el cual se pierde un poco en los últimos minutos del film, al apegarse demasiado a la fórmula y evita continuar con las inclinaciones inteligentes de su primera mitad.

Podríamos pensar que, en el fondo, estas forzosas jugarretas del guion son el precio a pagar para que una película con esta temática sea concebida en formato mainstream. No es que pueda quejarme de eso, tampoco. Cualquier monólogo desquiciado sobre el valor/no valor de la religión tiene más sentido con Hugh Grant recitándolo, y su química con las dos jóvenes actrices es bastante evidente. A diferencia de la mayoría de los sermones modernos, aquí parece que todos se están divirtiendo.

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