Estamos frente a una obra menor dentro de la filmografía de Pedro Almodóvar y, en general, menor desde un punto de vista cinematográfico. Teniendo algunas virtudes importantes y actuaciones sobresalientes, simplemente no deja una huella profunda por su tratamiento distanciado y comedido en extremo.
La trama es sencilla: dos amigas –Martha (Tilda Swinton) e Ingrid (Julianne Moore)– se reencuentran luego de una larga separación por sus distintos caminos profesionales cuando una de ellas está en una fase avanzada de cáncer. Esta última le pide a su amiga que la acompañe en sus últimos días, hasta su suicidio.
La narrativa se centra en el pasado de Martha, explorando la dolorosa relación con su hija Michelle, mediante vueltas al pasado que explican razones y un supuesto malentendido; así como la dinámica entre ambas amigas frente a la inminencia de la muerte.
A pesar de la dureza del tema, Almodóvar elige un enfoque sobrio, distanciado, casi objetivo. Evita la intensificación dramática, optando por una fina reflexión, más intelectual que emocional, sobre el hecho del fin de la vida. Esto se refuerza porque los personajes de la pareja protagonista tienen talento y experiencia en la literatura y el periodismo: una es escritora y la otra corresponsal de guerra. Lo que permite diálogos elaborados y algunas alusiones literarias; además, de la presencia constante de libros (y menciones a algunos de ellos) en la cinta.
De hecho, la película se sostiene, en gran medida, por las actuaciones de Julianne Moore y Tilda Swinton. Ambas están impecables, con interpretaciones comprometidas, dado que posiblemente comparten en la vida real los temas que desarrollan en sus extensos diálogos e intercambios. Sin embargo, tales asuntos no tratan directamente sobre la muerte sino sobre problemas personales, sociales y hasta políticos que se dejan al partir hacia el más allá. En todo caso, es un disfrute ver sus interpretaciones, las que son apoyadas eficazmente por la música de Alberto Iglesias.
Como resultado tenemos una realización elegante y refinada, pero que se limita a menciones muy comedidas al dolor producido por la enfermedad y los asuntos sin resolver de Martha con su hija; todo tratado con reposo y tranquila resignación. Al final, solo quedan una suave sensación de partida definitiva, explicaciones tardías y aceptación.
Sin embargo, hay componentes que estorban en este enfoque. Por ejemplo, la inclusión de conversaciones sobre el cambio climático parece innecesaria y no aporta nada sustancial a la trama; más bien, constituye un relleno que entorpece el hasta cierto punto enfoque estilístico (aunque no el ideológico) del director. En todo caso, faltó mayor refinamiento o sutileza (en el guion) para integrar este contenido en el filme.
Asimismo, la intimidad lograda por las actrices protagonistas se ve lastrada por acotaciones sobre la eutanasia, como si estuviéramos ante una cinta de corte militante. Se puede aceptar en cierta medida el libreto que Martha prepara para evitar que su amiga sobreviviente sea incriminada, pero la aparición de un policía fundamentalista religioso (Alessandro Nivola) resulta forzada e innecesaria.
Algo que tampoco me convence es la falta del característico despliegue visual de Almodóvar. Aquí no encontramos el vestuario llamativo, ni el vistoso y elaborado diseño de interiores propios de una dirección artística que sostiene giros dramáticos inesperados, irónicos y sorprendentes que suelen (o solían) ser marca de fábrica del director español. Salvo por el departamento moderno –con la “habitación de al lado”– donde transcurre el tramo final, los elementos visuales no destacan.
Es cierto que, desde Julieta y, sobre todo, la notable Dolor y gloria, Almodóvar ha migrado a un enfoque más clásico en su cine; buscando una depuración de los subrayados y extravagancias anteriores (lo que es una pena) y logrando una pureza formal en beneficio del afloramiento de lo emocional en su obra. Lamentablemente, esto no hace acto de presencia en el filme que comentamos debido tanto al escaso contenido dramático como a una dirección “aseada” y algo fría.
Un detalle que sí remite al estilo característico de Almodóvar es la inesperada aparición de la hija de Martha al final. Almodóvar utiliza a una actriz que parece la versión ligeramente rejuvenecida de Swinton, lo que añade asombro a la situación, tanto en pantalla como fuera de esta.
Me disculparán el atrevimiento, pero este breve aunque sorprendente episodio conclusivo podría haber sido el inicio de (esta u) otra película, donde el dolor de Ingrid, la amiga sobreviviente, encuentra en Stella una conexión emocional (que podría derivar también en una obsesión) con la fallecida. Lo que por supuesto no ocurre para nada en esta obra, sino que es un deseo personal, basado en cosas que ocurren en otros filmes que me gustan de este director; y por lo que me excuso.
En resumen, La habitación de al lado es una película menor, correcta, sostenida por las notables actuaciones de sus dos protagonistas, pero que carece del impacto emocional y visual que Pedro Almodóvar ha logrado en el pasado (incluso reciente).
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