[Crítica] “El jockey” (2024): a mitad de la carrera

el jockey luis ortega

El director argentino Luis Ortega vuelve a apostar por el estilo en este inconsistente relato sobre la identidad. Protagonizada por un camaleónico Nahuel Pérez Biscayart como Remo Manfredini, El jockey (2024) pretende ser una exploración de la experiencia transgénero cargada de momentos de humor seco, de absurdos y “excentricidades” propias del director. Sin embargo, y aún si la temática es de relevancia contemporánea, es en los excesos donde el filme tropieza, donde se revela como discurso sobresaturado sin mucho que decir.

Teniendo en cuenta su trayectoria, el cineasta ya había mostrado sus tendencias en la superflua El Ángel (2018), oda cómica al asesino Carlos Robledo Puch. Más allá de las implicancias éticas, la obra en sí misma no pasaba de lo anecdótico, retratando la vida del criminal entre escenas de baile, situaciones cómicas y one-liners que hacían de su protagonista un ser “carismático” e implacable; de la película, un producto efectista y soso. Ensalzada por un soundtrack de clásicos argentinos y una fiel recreación de los años 50, la fórmula se ve traducida casi por completo en El jockey, exceptuando ahora el carácter biográfico y de época, cargada más bien de simbolismos varios en una narrativa menos situacional.

Eso sí, vale agregar que la problemática LGBT es una constante en ambas cintas, jugando con la corporalidad andrógina de los protagonistas en una representación tradicional y poco arriesgada de lo queer, remarcando los códigos binarios de la feminidad y masculinidad presentes o no en sus personajes. En ese sentido, Robledo y Manfredini comparten el cuerpo delgado, pequeño, la piel clara, los rasgos femeninos que permiten al director expresar con facilidad la discordancia con el género asignado en el caso de Remo; en el caso de Carlos, la imagen socialmente aceptada de una pareja homosexual, de dos partes equivalentes al hombre y mujer de una relación hetero. En síntesis, Ortega apuesta por lo seguro, lo estilizado, lo permitido en un mundo que se va abriendo a nuevas identidades, lo que concuerda con su visión ideal de la realidad, una realidad artificial y de sinsentidos que pretenden ser cómicos.

Ubicada en ese plano de existencia, El jockey narra la historia de Remo Manfredini, un jinete deprimido y alcohólico cuya vida da un vuelco tras un repentino accidente, dando paso así a una serie de encuentros y enfrentamientos entrelazados por el redescubrimiento de su identidad. Perseguido por su pasado y una mafia de apostadores de carreras, es en el tono donde el filme pierde cualquier oportunidad por generar impacto, convirtiéndose en un pastiche almodovarense sin el encanto ni la perspicacia propias del director español, una falta de agilidad y timing cómico traducible al estatismo de sus múltiples bustos y primeros planos, a las expresiones frías de sus personajes. De forma contraproducente, la sequedad y pretendida sobriedad de la situación termina siendo el punto débil de la obra, convirtiéndola en una experiencia impersonal donde prima lo estrambótico por lo estrambótico, tendencia que asemeja a Wes Anderson en sus momentos más insoportables.

Por otro lado, no negaré que hay aciertos en el trato de lo transgénero, empezando por la relevancia del nombre y su carga personal. En ese sentido, es indispensable mencionar a Sirena, antagonista interpretado por un correcto Daniel Giménez y jefe de la susodicha mafia, quien se revela como salvador de Remo (“lo encontré en las carreras clandestinas”), como padrino de su nueva identidad: una estrella nacional de la equitación. Ya bautizado por quien alguna vez fue su amante, los momentos iniciales del filme logran una representación decente del estado deprimente y casi catatónico de quien vive en represión, en un limbo de tratos y expresiones impropias, de menciones ajenas a lo que pareciera ser más un seudónimo que una denominación exacta del yo. Remo Manfredini espera su muerte para renacer, para nombrarse a sí misma tras años de autodestrucción.

Ahora bien, es justo en ese renacimiento donde Ortega salta la valla de lo metafórico y se sumerge en la literalidad menos deseada. Introduciendo elementos fantasiosos, múltiples escenas revelan la cualidad fantasmagórica de Remo, un estado entre vida y muerte equivalente a la experiencia mencionada en el párrafo anterior, no tanto a la etapa de experimentación de convenios propios del género femenino, menos a la de vivencias carcelarias. Peor aún, la idea de volver a nacer se hace palpable en un final que pretende impresionar, en un parto que involucra a Abril (expareja de Remo) y su novia: mujer de cabello corto y vestimenta masculina, otro estereotipo queer que coprotagoniza este romance secundario e intrascendente. 

A pesar de ser una propuesta aguerrida, puedo decir que El jockey no resulta ni provocadora ni interesante, en todo caso solo curiosa y entretenida de momentos. Acartonada y falta de sustancia, la visibilidad dada a las identidades disidentes sigue siendo una buena intención por parte de Ortega, siendo la forma cómo ejecuta sus narrativas lo que se carga su potencial cinematográfico y parte de lo que pretende. No hay duda de que el argentino sabe dirigir a su equipo (además de contar con buena producción), pero es en sus manías y mirada plana donde pierde cualquier ápice de interés. Para apostar a otro caballo.


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