[Crítica] “Nosferatu” (2024): providencia y maldad


No se me ocurre a nadie mejor que el director Robert Eggers (La bruja, El faro, El hombre del norte) para traer a la pantalla grande una nueva versión de Nosferatu (1922), de F. W. Murnau. A su vez basada en la novela Drácula, del irlandés Bram Stoker, el filme original fue concebido de forma casi ilícita, sin contar con el permiso de la viuda de Stoker a la hora de filmarse —esta última, de hecho, terminó por mandar a quemar todas las copias del filme, lo cual evidentemente no resultó. De haberse cumplido dicha orden, Nosferatu se hubiese convertido en lost media, al igual que el 70% de películas mudas de principios del siglo pasado (incluyendo éxitos de taquilla como El Gran Gatsby (1926), de Herbert Brenon).

Pero la película sobrevivió, se convirtió en un clásico de culto, e incluso tuvo un remake en 1979 dirigido por el gran Werner Herzog, y protagonizado por el explosivo Klaus Kinski. Además, el Conde Orlok (en realidad Drácula, pero con nombre cambiado por Murnau, en teoría, para evitar problemas de derechos) se ha convertido en todo un ícono del cine, apareciendo hasta en episodios de caricaturas como Bob Esponja, o protagonizando filmes como La sombra del vampiro, en donde Willem Dafoe (quien también aparece en la nueva película de Eggers) interpreta al misterioso Max Schreck, el actor que se convirtió en Orlok para la película original de Murnau. Puede que no todos hayan disfrutado de estas producciones, pero me animaría a decir que todo buen cinéfilo es al menos capaz de reconocer la imagen de Orlok entre las sombras.

Pero regresando al presente —como era de esperarse, lo que Eggers ha hecho con Nosferatu es recrear la historia de la cinta original, pero también mezclarla con características de la novela original de Stoker, y por supuesto, elementos de folklore transilvano, e incluso de lo que sabemos del infame Vlad el Empalador (la figura histórica real que supuestamente inspiró la creación de Drácula). El resultado es una película de terror psicológica que no convierte al vampiro en una figura sensual, necesariamente, pero sí en una de manipulación sexual y de deseo. Nosferatu de Eggers es una experiencia hipnotizante y visualmente impactante, que a pesar de seguir al pie de la letra la estructura narrativa tanto del filme de 1922 como de la novela de Stoker, igual termina incluyendo diversas sorpresas.

La historia se lleva a cabo en la ciudad alemana ficticia de Wisberg en 1383, y tiene como protagonistas a la pareja de Ellen (Lily-Rose Depp, una revelación) y Thomas Hutter (Nicholas Hoult, genial como siempre). Se acaban de casar y viven muy felices juntos, pero dicha felicidad no puede durar mucho. El segundo es convocado a Transilvania por el Conde Orlok (un irreconocible Bill Skarsgård) a través del jefe de una agencia de bienes raíces, el Sr Knock (Simon McBurney), para que firme unos papeles que le otorgarán una propiedad en Wisberg. El conde, se supone, quiere vivir sus últimos días de jubilación en paz, fuera del castillo donde siempre ha vivido.

Por ende, Ellen y Thomas son separados, lo cual trae consigo terribles consecuencias. Una vez en su castillo, el segundo se encuentra con un noble transilvano increíblemente perturbador, que lo deja encerrado en su propiedad y le chupa la sangre todas las noches. Mientras que ella comienza a tener terribles pesadillas y a convulsionar casi todas las noches, hablando en un trance sobre una entidad que supuestamente llegará a la ciudad. Desesperado por ayudarla, el mejor amigo de Thomas, el acaudalado Friedrich Harding (Aaron Taylor-Johnson) convoca al doctor Wilhelm Sievers (el gran Ralph Ineson), pero este no parece ser capaz de encontrarle una explicación a sus males. Por ende, trae a su maestro, el excéntrico profesor Albin Eberhart von Franz (Dafoe), quien les dice que Ellen ha sido poseída por una criatura del mal. Y lo peor es que dicha criatura llegará pronto a Wisberg, trayendo con sigo todo tipo de plagas.

Si han leído la novela de Stoker o visto cualquiera de sus adaptaciones cinematográficas (incluyendo Drácula, de Francis Ford Coppola) varias de las escenas y personajes de Nosferatu les resultarán familiares. De hecho, la mayoría de personajes de Drácula cuentan con sus contrapartes aquí. Ellen y Thomas son Mina y Jonathan Harker, respectivamente; Orlok es, por supuesto, el vampiro más famoso de la historia; Knock es Renfield, el fiel asistente de Drácula, y von Franz es Van Helsing, el famoso cazavampiros (nada que ver con la versión de Hugh Jackman del 2004, eso sí). Nosferatu ni siquiera intenta ocultar que fue originalmente inspirada por la obra de Stoker, incluyendo el nombre del autor en sus créditos, y utilizando varios de los elementos originales de la novela (como el viaje en barco del vampiro de Transilvania a Alemania, en lo que asumimos es el Demeter).

Lo más interesante del film de Eggers está en la forma en que el cineasta ha interpretado la historia. Previsiblemente, ha intentado otorgarle una mayor verosimilitud histórica, haciendo uso de varios elementos del folklore de Europa del Este —por ejemplo, vemos a Thomas encontrándose con una población de romaníes (gitanos) que le tiene mucho miedo a Orlok, y que hasta realiza ritos que involucra a una joven vírgen, para alejar al viejo vampiro de su pueblo. Y el aspecto del conde se aleja bastante del icónico maquillaje de Max Schreck, más bien inspirándose en la ropa y peinados de los nobles transilvanos del siglo XIX. Sí, se ve bien similar a como asumíamos lucía Vlad el Empalador, lo cual tiene sentido a nivel histórico, y convierte al conde en un figura sobrenatural, pero a la vez, sorprendentemente humana.

Lo cual no quiere decir que no sea una presencia perturbadora —de hecho, todo lo contrario. En vez de ser un simple monstruo, este Orlok es una cadáver andante —alguien que en algún momento fue un hombre, pero que ahora ha sido condenado a andar a por ahí mientras se pudre (aunque aparentemente todavía es capaz de cuidar bien de su mostacho). Bill Skarsgård está simplemente espectacular como Orlok, interpretándolo con una voz gravísima (muy distinta a la suya) y como una figura obsesa, manipuladora. El vampiro de este filme sirve como una suerte de representación de la violencia sexual —es alguien que no está interesado ni en el consentimiento ni en los sentimientos de los demás, y que al estar obsesionado con una mujer, hará de todo para estar con ella. En cierta escena, confiesa ser incapaz de sentir amor —todo lo que siente es deseo y lujuria y una obsesión con el poder sobre los demás.

El resto del reparto también está muy bien. Nicholas Hoult interpreta a Thomas como un hombre común y de nobles intenciones, que lamentablemente se ve involucrado en una situación terrible y surrealista. Lily-Rose Depp (a quien no había visto en nada antes, para serles franco) está espectacular como Ellen, interpretándola como una mujer fuerte pero a la vez vulnerable —como alguien que mucho tiempo atrás invitó a un ser a estar con ella, y que ahora tiene que lidiar con sus decisiones. Su interpretación es expresiva, creíble y por momentos hipnotizante, fascinante tanto cuando está sana como cuando es poseída por el vampiro. Por su parte, Willem Dafoe la pasa muy bien como un científico excéntrico, más interesado en lo sobrenatural que en lo verdaderamente científico. Y Ralph Ineson (quien ha trabajado con Eggers en todas sus películas, a excepción de El faro) destaca como el doctor Sievers.

Ahora bien, el aspecto de Orlok no es lo único que diferencia a esta versión de las demás. El apartado visual general de este Nosferatu es algo que vale la pena resaltar. Junto a su director de fotografía, Jarin Blaschke, Eggers nos presenta un mundo atmosférico, oscuro, lleno de textura. Wisberg es desarrollada como una ciudad que poco a poco se va sumiendo en una atmósfera de oscuridad y muerte. Y el castillo de Orlok —grabado en la misma locación que la película de Herzog, dicho sea de paso— es mostrado como un lugar confuso, laberíntico, del cual Thomas no puede escapar. Además, el filme utiliza diversos recursos impactantes para representar el control que Orlok ejerce sobre otros personajes —la sombra de sus garras flotando por encima de las casas, o su silueta acercándose a Ellen. Y las escenas nocturnas, grabadas de día y luego desaturadas y teñidas de un azul metálico, le permiten al filme obtener un look estilizado y frío.

La bruja me sigue pareciendo la mejor película de Eggers, pero Nosferatu se planta firmemente en el segundo puesto, probablemente junto con la notable El faro. Lo que tenemos acá es un remake que logra obtener una identidad propia, y que homenajea a las versiones previas de esta historia sin llegar a sentirse como una copia más. Las actuaciones son todas excelentes, el apartado visual es de lo mejor que Eggers ha logrado entregarnos hasta ahora, y la narrativa logra ser sorprendente sin alejarse de las ideas desarrolladas por Bram Stoker hace más de cien años. Esta es la película perfecta para los fanáticos del terror gótico, pero también para aquellos que estén buscando vampiros que sean verdaderamente terroríficos, y no aquellas figuras sensuales y suaves que tanto han aparecido en el cine estadounidense. Nosferatu es una película de Eggers al cien por ciento lo cual, para este crítico, no podría ser una mejor noticia.

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