[Crítica] «Babygirl» (2024): el eterno deseo

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Podría sugerir que Babygirl, película de suspenso erótico en cines, es parte de una especie de cine pastiche: una película que, aunque ferozmente original y capaz de reclamar una voz propia, solo funciona a partir de fragmentos de otras tantas películas. Es un cine de referencias, que incita conversaciones, que entrelaza películas y géneros para generar su propia fuerza gutural, en una suerte de giro postfeminista hacia lo salvaje, un thriller erótico sin puntos medios. La película de Halina Reijn, con Nicole Kidman como protagonista, hace lo posible por escandalizar a la audiencia, pero parece hacerlo por una buena razón: detrás de sus escenas ultraeróticas y ciertamente problemáticas yace una disección convincente sobre la vulnerabilidad femenina en pleno neoliberalismo salvaje, un conjunto de pulsaciones rítmicas, eróticas, que se mueven en caos sin una resolución evidente. 

La babygirl en cuestión es Romy Mathis, una CEO de una poderosa firma tecnológica en Nueva York que, casi como la contraparte de su ex esposo Tom Cruise en Eyes Wide Shut (1999), vive atrapada en un estado permanente de represión sexual. Al inicio del film, con la cámara de Reijin pegada a su rostro, es muy claro que la protagonista es incapaz de alcanzar el orgasmo, al menos, no con su marido, interpretado con esmero por Antonio Banderas. Mathis gravita entre la excesiva frialdad de su posición como CEO neoyorquina y la excesiva pasión carnal que parece consumirla por dentro. El problema de Mathis es cosa seria (si Antonio Banderas no te hace llegar al orgasmo, quizás el problema va por otro lado) y Reijin lo filma con total  naturalidad. Pasa poco tiempo antes que Mathis queda flechada de Samuel, un practicante de la compañía, quizás recién salido de la universidad, que también parece prendido de ella. Lo que inicia con una curiosa secuencia de silencios y miradas se torna una suerte de tórrido affaire en el que ambos se intercambian el punto de poder sin que el otro haga algo para evitarlo. 

Desde la premisa inicial, Babygirl reclama tendencias que hemos visto en otros thrillers eróticos, quizás el género más Hollywood que existe, gracias a su extraña mezcla de humor absurdo, tensión permanente y derroche pasional. En busca de un símil convincente, es posible que muchos en la audiencia viren a Secretary (2002) como inspiración para el film, en tanto que ambas historias utilizan el humor negro (muchas veces hasta el límite) para lidiar con el deseo carnal en la oficina. Valdría más la pena ver a ambas películas desde contraste: Secretary entrelaza sexo y humor a partir de una puesta en escena caricaturesca y entrañable, con una protagonista inocente en sus perversiones; mientras que Babygirl, una película consciente de su estatus post MeToo y feminismo online, encuentra el humor entre las grietas del drama, como un deshago ante la tensión y creciente sentido del absurdo por lo que vemos en la pantalla. La película fallaría -y mucho- si se tomara demasiado en serio a sí misma, y si nos hubiera querido convencer, aunque sea por un momento, de la credibilidad de su historia.

Me atrevería a decir que, por el contrario, Babygirl pertenece a este extraño subgénero de BDSM femenino (no necesariamente feminista) con una puesta en escena elegante y ciertamente cínica, que fuerza a sus personajes a llegar hasta el límite con tal de rozar el ímpetu sin sentido que parece encajar de maravilla con el éxtasis del orgasmo. Babygirl le debe mucho a La pianista (2001), la muy masoquista película de Michael Haneke, y, por supuesto, Elle (2016), la psicosexual pesadilla dirigida por Paul Verhoeven. Las tres películas comparten la misma mirada ácida sobre las relaciones modernas, la tensión creciente del juego del gato y el ratón (masculino y femenino) entre los protagonistas, y cierto sentido de protección y supervivencia que permite que los personajes femeninos escapen del arquetipo. De hecho, Kidman actúa un poco a la Isabelle Huppert, con esa fijación calculadora en la mirada (resaltada por el uso constante del primer plano) y cierta vulnerabilidad solo visible en las rajaduras de su personaje. Estas películas cobran valor, además, por la ambigüedad de las relaciones erótico-violentas entre una mujer y su amante, en las que los roles de poder y sumisión y las barreras morales se difuminan de repente.

Quizás la diferencia fundamental entre los filmes que la inspiraron y la película de Reijn es que, en el fondo, las primeras apuestan por un complejo estudio psicológico, mientras que la segunda funciona mucho más como un atrevido ejercicio de estilo. Babygirl no funcionaría sin la puesta en escena de Reijin: ángulos muy extremos y secuencias sacadas de un sueño muy lúcido; primeros planos incisivos y muy violentos para los protagonistas; ruidos inquietantes que van in crescendo conforme avanza la película; un montaje rapidísimo que deja a la audiencia con el corazón de la mano; y mucha astucia para conjugar una escena y otra, como si la película funcionase como un espiral descendente hasta la locura. 

La Reijin directora es mucho mejor que la Reijin en el guion, quien por momentos sufre de una excesiva vocación por el shock y el extremo, y cierta mala costumbre de dejar a punto medio algunos personajes. Estas falencias, para nuestra suerte, son compensadas por su trabajo tras la cámara y una muy buena mano para el suspense, con cierto énfasis hitchcockiano, que conjuga humor y terror como si fuesen dos caras de la misma moneda. No parece haber mejor prueba de este talento que las numerosas secuencias de sexo y sumisión, filmadas con cámara en mano y (des)ordenadas por un montaje muy rápido, que estropea la lógica en favor de un estilo desesperado y muy irónico, necesario para un filme como este. La presencia de canciones pop solo refuerza esta sensación y permite, gracias a la  naturalidad de Kidman, que el deseo llegue a su punto máximo sin tener que mostrar piel de más. 

Hasta cierto punto, y en otra serie de tendencias, Babygirl se acerca a otros filmes de 2024 que confrontan a mujeres de mediana edad con su lado más carnal, corpóreo y salvaje: así como Amy Adams se torna (casi literalmente) un perro por las noches en Nightbitch (2024), y Demi Moore se martiriza físicamente en The Substance (2024), Babygirl toma a un ícono hollywoodense como Nicole Kidman y lo somete a una serie de violentas transformaciones y sacrificios. Vale la pena pensar la cantidad de películas del año pasado que mantienen a protagonistas femeninas en el limbo entre poder, sumisión y erotismo, como un bramido sexual, cargado de astucia y claridad narrativa, que produce películas memorables (y tan dispersas entre sí), como Anora (2024) o Challengers (2024) y, en la TV, Baby Reindeer (2024).

Me alegra ver a cada vez más cineastas que se atreven a construir retratos imperfectos y perturbadores de la feminidad, y que reconocen que el absurdo, la ironía y la tensión sexual son necesarias para contar este tipo de historias. Resultaba un poco cansado (y ciertamente forzoso) que este tipo de historias hayan sido cooptadas por el ojo masculino sin ningún contraste suficiente. Pero ya no. Si algo bueno tiene el auge del streaming y la predominancia del cine franquicia es que, con los enormes residuos que genera, llegan al cine películas así. Babygirl, amparada por el espíritu rebelde de A24 (responsable de muchos de los mejores blockbusters indie de este año, incluido este) puede llenar la sala de cine con su apuesta caliente y ofrecer nuevas miradas de acercarse a la perversión y el deseo. Solo eso puede explicar que un film como este, bastante poco amigable con las sensibilidades del espectador promedio, pueda llenar una sala de Cineplanet un lunes por la noche. A juzgar por las risas cómplices y numerosos suspiros de la audiencia, parece claro que todos se la estaban pasando más que bien. 

Tengo que confesar, como punto de cierre, que el aspecto más sorpresivo de Babygirl no es ni la intensidad de las escenas de sexo ni la tensión enfermiza entre Nicole Kidman y Harris Dickinson, sino el soundtrack, un conjunto delicioso de new wave y new wave revival (Never Tear Us Apart de INXS, Dancing On My Own de Robyn, Father Figure de George Michael o Deceptacon de Le Tigre) que le dota al film de un carácter fantasioso y atemporal, decididamente inclasificable. No sé ustedes, pero si vamos a producir un thriller erótico, mejor que sea con estilo.

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