«A Real Pain» (2024): cuestión de duelo


Un dolor real (A Real Pain) indaga en las numerosas paradojas del turista. ¿Qué implica conocer de todo un poco, quizás superficialmente, ser un trotamundos sin poder conocer a nadie de verdad? ¿Qué implica visitar un país y estar rodeado de otros tantos viajeros como uno, en vez de contactar con las personas locales, su cultura, sus historias? Viajamos para estar lejos de los que conocemos, pero, a su vez, la pasamos junto a mucha gente. Por unos días compartimos espacios íntimos (habitaciones de hotel, automóviles, sillas de avión) con completos desconocidos, personas con las que no volveremos a interactuar nunca más. La cuestión se complica cuando uno no solo es turista, sino turista de la memoria, y no cualquiera memoria, sino la memoria política, la de violencia, genocidio, en este caso, el Holocausto. ¿Cómo debemos reaccionar al visitar monumentos y memoriales en sitios de horror extremo? ¿Podríamos sonreír en algún punto del viaje? ¿Tomar fotografías? Deberíamos ir a estos lugares, en primer lugar? ¿Qué ganamos y qué perdemos al hacerlo?

No es como que la segunda película como director de Jesse Eisenberg, protagonizada por él y por Kieran Culkin, sea una película sobre turismo exactamente. Es un poco de todo: una tragicomedia lastimera sobre los efectos del duelo y la tragedia, un testimonio de la resilencia familiar ante las desgracias propias y ajenas, un acto esperanzador que celebra las conexiones humanas con todos sus desaciertos y limitaciones. La historia de dos primos que recorren la Polonia judía en un tour que rememora el Holocausto funciona, a partir de una elegante puesta en escena, como un recorrido turístico en sí mismo, como un conjunto de postales sobre la memoria, un recorrido por personajes con sus propias tragedias que se reúnen para honrar las tragedias de sus antepasados. A Real Pain, un “dolor real”, como dice su nombre, se pregunta por la legitimidad del duelo y el estatus de los dolientes. ¿Quién puede sufrir por cierta pérdida? ¿Cuánto tiempo es permitido o suficiente? ¿Qué se avala y qué no?

Las preguntas se materializan en microconflictos cotidianos cortesía de la tensión permanente entre David y Benji (Eisenberg y Culkin respectivamente), dos judíos americanos cuya abuela escapó de los horrores de la Segunda Guerra Mundial e inició una nueva vida al otro lado del Atlántico. La abuela murió hace unos meses y Benji, muy cercano a ella, todavía no se recupera de su muerte. Desempleado, consumidor habitual de drogas e increíblemente inoportuno, Benji lleva con convicción el rótulo de oveja negra de su familia. Su actitud instintiva e impertinente, así como su enorme carisma, contrastan naturalmente con la personalidad de David, un diseñador de publicidad digital de relativo éxito, con un TOC que lleva bajo control y una familia que le espera en Nueva York al acabarse el viaje. Notemos el contraste entre ambos. David ve el viaje como un compromiso necesario y una carga de la que deshacerse pronto, un obstáculo en su frágil vida hogareña. Benji lo ve, por otro lado, desde cierto potencial transformativo: es el viaje de despedida a su abuela (incluso visitarán su antigua casa) y la oportunidad por acercarse de nuevo a David. 

La decisión más astuta del Eisenberg guionista es evitar revelar demasiado en el primer acto sobre los personajes y manías. Las pistas son pequeñas y el guion es observacional, detallista, pero también implícito. Si David llega al aeropuerto horas antes para tener todo bajo control (llamando a Benji muchas veces en el proceso), Benji le sorprende revelando que él lleva todo el día allí, que le gusta quedarse en la sala de espera y conectar con la gente, en buena medida -y aunque él no lo diga- porque no tiene otro lugar a dónde ir. Notamos que David lleva cierta culpa contenida, cierta frustración y desprecio propio, que esconde tras su avidez por las reglas y los modales. Benji funciona al revés. Es altanero, manipulador, majadero, impulsivo e irrespetuoso. A la vez, es increíblemente honesto, empático, muy carismático, afable y, sobre todo, memorable. Es el tipo de personas que recuerdas ni bien conoces y que aparece tiempo después como motivo de conversación.

Ambos actores están muy bien el film, pero esta película es de Culkin. Hay mucho de Roman Roy en este personaje, la actitud ácida e irreverente de un niño traumatizado que se rehúsa a crecer, pero el guion de Eisenberg le da mucho más con lo que trabajar. Culkin tiene un carisma irreprochable y lo saca a relucir en cada escena que puede. Tiene una mirada amable y una risa contagiosa, pero también cierta tensión al hablar, ira contenida, cierta voz quebradiza, duda y culpa, restringidas por su personalidad extrovertida. Es el tipo de interpretación que funciona porque, a pesar de todo, Benji tiene un corazón enorme a pesar de su disposición al escándalo, lo que se refleja en las constantes grietas que el Eisenberg director y su actor consiguen del personaje, sobre todo en el segundo acto. 

Ayuda, por supuesto, que el guion de Eisenberg, de los más inteligentes del año, permita numerosas tensiones -algunas cómicas, otras no tanto- entre los dos primos, su pasado personal y su pasado histórico. Conocemos al resto del grupo de turistas, que incluye un guía no judío de una paciencia infinita y cierta fijación por los datos históricos, una pareja de esposos retirados, una mujer divorciada de la que Benji se queda prendido y un judío converso de Ruanda que huyó del genocidio. Ningún personaje parece una excusa, sino personas reales que uno encuentra en este tipo de extraños acontecimientos como un tour por la memoria. En el camino, Benji hace de todo. Organiza una fotografía grupal espontánea que se toma a la ligera un monumento dedicado a la resistencia del gueto de Varsovia. Inicia un berrinche por viajar en primera clase mientras sus antepasados eran llevados como animales para el matadero. Se pelea con el guía porque les llena de datos y se le olvida el corazón. Lanza improperios en la cena del grupo y llora como un niño luego de visitar el campo de concentración. Su presencia en el film crece y se refuerza por la reacción del grupo. 

Lo interesante del personaje de Benji es lo contradictorio de su discurso y sus acciones, pero, además, lo muy realista que resulta. He conocido a personas así, que no encajan en el mundo, que viven atormentados y que a la vez son las personas más encantadoras que te podrías topar entre un grupo de extraños. Personas que iluminan y destruyen todo a su paso. Personas de ideas tensionantes, sin rumbo fijo, sin motivación aparente, que se crean problemas imaginarios para compartir su dolor con alguien más. Lo más interesante, además, es que, a pesar de todo, no es que podamos conocer de verdad a Benji. Es casi imposible de descifrar y la actitud de David así lo nota. Hay quienes dicen que la nominación (y potencial victoria) de Kieran Culkin como mejor actor secundario en los Óscar es un fraude de categoría: es igual de coprotagonista que Eisenberg. Estoy en desacuerdo. La película jamás se ve desde el punto de vista de Benji. No es su historia y no es que lo descubramos del todo. La frustración que siente David la sentimos nosotros porque esta su película, a pesar de que todos prefieran al primo carismático. Qué frustrante es saber que alguien a quien que queremos -y que es un completo desastre- es amado por todos mientras nadie nos recuerda. 

Quizás en este punto se pueda considerar A Real Pain como una película incompleta. Dura 90 minutos, que se sienten rapidísimos, y el montaje y selección de tomas (filmadas son cuidado y concisión, con música clásica de fondo, en una puesta de escena respetuosa y agradable) solo ayudan a reforzar este efecto. Me da la impresión de que al film le quedaban por lo menos uno 15 minutos, un par más de giros que narrar y algo más de conflicto por cubrir. Quizás el film quiere asemejarse a la experiencia de un viaje, que se acaba justo cuando se pone mejor. De todas formas, el impacto de la historia es notable. Las escenas en el campo de concentración se filman en silencio y con cierta mirada distante, de documental. La revelación del doloroso pasado de Benji, narrado en un monólogo por David, se queda con nosotros cuando se acaba el film. Puede que la única escena que me convenza es el clímax en casa de la abuela, demasiado apresurado y un poco forzoso, aunque, en el fondo, es suficientemente efectivo para convencernos del carácter ambiguo y poroso del duelo. 

A Real Pain merece la pena para entender la forma en procesamos la pérdida y el dolor, tanto individual como colectivamente, a partir del hábito, la negación, la colectivización, la rebeldía, la esperanza, la tragedia, el odio y el amor. Todas tienen una cabida en el film y en los extrañísimos personajes, además de una reflexión necesaria sobre los alcances y limitaciones del turismo de la memoria y del duelo. Es difícil que una película así maneje tantas emociones en tan poco tiempo, pero pues, no todas tienen a Kieran Culkin en el mejor rol de su carrera y a un actor convertido en guionista y actor que sabe cómo saltar sin problemas de la comedia al drama. Deberíamos estar bastante agradecidos.

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