[Premios Óscar] «Cónclave»: entre la fe y la duda

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Cónclave es uno de los mejores thrillers de los últimos años, si no el mejor. La película atrapa al espectador desde su primera imagen y lo mantiene en suspenso hasta el final. Aunque no trata a fondo las discrepancias al interior de la Iglesia Católica, sí evidencia la existencia de tales discrepancias y los posibles intríngulis que se producen tras los muros vaticanos, hasta que sale el humo blanco.

Para entender su éxito, conviene recordar que hay más de 2,000 millones de católicos en el mundo y que la elección del papa –el líder espiritual de esta religión– es un evento prácticamente secreto, llevado a cabo por un Colegio Cardenalicio de alrededor de 120 integrantes, todos varones y la mayoría de edad avanzada. 

De hecho, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el significado de la palabra “cónclave” está referido específicamente a la elección del papa y el segundo significado –la extensión de esta palabra a otros eventos o reuniones– pasa a ser secundario; lo que revela su importancia desde el propio lenguaje hasta la trascendencia religiosa de la cita cardenalicia.

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Suspenso

La Iglesia, en muchos aspectos, es una institución opaca, y el cónclave para elegir un nuevo pontífice no es la excepción. Se trata de una reunión cuyo carácter clandestino es, a la vez, público; ya que los clérigos electores son encerrados y pierden todo contacto con el mundo exterior hasta lograr un solo objetivo: la elección del nuevo pontífice. Mientras tanto, en la Plaza San Pedro, en Roma, y en buena parte del mundo, miles de millones están a la expectativa del resultado; o sea, que el suspenso es parte consustancial del mismo evento en el mundo real.   

Este carácter oculto convierte cualquier representación cinematográfica sobre el tema en un imán para la curiosidad de un público amplísimo de creyentes y no católicos. Sin embargo, para cautivar al espectador, la película que lo trate debe ser verosímil, tener un formato dramático eficaz y un tratamiento artístico atrayente, lo que Cónclave logra con maestría.

Desde su inicio, el componente puramente audiovisual de la puesta en escena es clave para el éxito del filme. A través de un manejo virtuoso de tres elementos fundamentales del lenguaje cinematográfico —la cámara, la edición y la música—, el director alemán Edward Berger construye una narrativa envolvente y de un acabado técnico sobresaliente e impecable.

La primera imagen muestra al cardenal Thomas Lawrence (Ralph Fiennes) –decano del Colegio Cardenalicio y supervisor del cónclave– caminando desde atrás, luego, con su cabeza ladeada y solo parcialmente iluminada, sugiriendo los secretos (y su gradual develación) que marcarán la trama: intrigas y maniobras entre los cardenales tras la inesperada muerte del papa por un infarto. 

Gradualmente, los rostros de los involucrados se revelan a medida que avanzan los rituales ceremoniales del pontífice fallecido. Esta sola secuencia inicial es atrapante, puesto que –hasta donde conozco– nunca antes se ha representado la intimidad del ceremonial post mortem de la cabeza de una iglesia que se pretende universal.

El filme abunda en imágenes sorprendentes que recrean de forma minuciosa el entorno vaticano: la Capilla Sixtina, los aposentos cardenalicios, los pasillos, salones, jardines, cocinas y hasta la disposición de los platos durante los almuerzos. La película es pródiga en imágenes informativas y espectaculares, tanto de detalle como de conjunto, con cierta predilección por las tomas cerradas. Este minucioso trabajo de ambientación refleja una investigación exhaustiva sobre las características logísticas y rituales del proceso electoral y su entorno reservado.

La clave del ritmo narrativo, tras la presentación de los personajes y el inicio del evento, está en el intercalamiento de secuencias con imágenes de puro contexto que acompañan o preparan el avance de la acción con secuencias en las que hay diálogo y se va desarrollando un drama político-clerical, logrando una modulación ágil a la vez que precisa entre ambos tipos de secuencias. De un lado, se estimula y mantiene la curiosidad del espectador, mientras que por el otro –y en paralelo– se muestran conflictos entre facciones y candidatos. Todo ello mediante giros sorprendentes e inesperados, y bajo el atento seguimiento e intervenciones decisivas del cardenal Lawrence. 

El uso de elipsis en los interrogatorios sucesivos del decano a testigos y cardenales generan la sensación de que la acción avanza más rápido de lo que realmente ocurre, a la vez que con precisión germánica, lo que refuerza la intensificación dramática producida por los inesperados giros argumentales. Como contenido e información, la dosificación es exacta: no hay nada que falte o sobre. A ello se suma el despliegue audiovisual, lo que mantiene al espectador inmerso en la acción.

El tempo inicial del filme es rápido, acompañado por una partitura minimalista, contrastada, acelerada y fragmentaria – por momentos adecuada a una cinta de terror y/o de un policial–, la que genera una sensación que conduce hacia la inestabilidad y momentos de zozobra. La música comenta y “profundiza” tanto en los secretos ocultos de los cardenales como compensa emocionalmente lo poco que se habla de los escándalos eclesiales (abuso de menores) o diferencias internas (sobre comunión a divorciados y posición ante la homosexualidad), entre otras. 

Conforme las intrigas se “destapan” y sus consecuencias exigen mayor detenimiento, el tempo, tanto de las imágenes con la de la música se ralentiza y esta última evoluciona hacia sonidos espaciados y agónicos (apenas gemidos musicales), añadiendo por esta vía la sensación de ansiedad. Completa este entorno algo siniestro y sombrío una iluminación en penumbra, en la que transcurre buena parte de la cinta.

Solo en los créditos finales, cuando todo ha sido revelado, la música alcanza su plenitud, liberando toda la tensión (sonora) no resuelta a lo largo de todo el filme. Esta es una de las mejores bandas sonoras que he escuchado desde hace mucho tiempo; compuesta por Volker Berthelmann, evoca las icónicas composiciones de Bernard Herrmann para las películas de Hitchcock, donde la música tiene un papel funcional a las imágenes.

Crítica

Más allá del suspenso, el realizador Edward Berger ofrece una perspectiva crítica sobre el proceso de elección del papa, lo que es inevitable. Como lo mencionamos al comienzo, estamos ante un proceso secreto pero a la vez de dominio público, al interior de una pequeña ciudad-Estado que se maneja con muy poca transparencia, por lo que cualquier información que se ofrezca –real o imaginaria– pondrá en evidencia por sí sola la opacidad de la iglesia.  

Por tanto, este filo crítico está presente, con mayor o menor sutileza, en otros filmes relativamente recientes sobre el tema, como Habemus Papam (2011) de Nanni Moretti y Los dos papas de Fernando Meirelles (2019); así como en el filme que comentamos. 

Es por ello que los debates mostrados en estas obras siempre serán –en el mejor de los casos– dudosos, cuando no inexactos. De allí que importe poco la veracidad de los contenidos atribuidos a las pugnas vaticanas al punto que, por ejemplo, los temas en discusión en la cinta de Berger están apenas enunciados, a diferencia de la obra de Meirelles, donde estos se desarrollan más ampliamente. Además, en Cónclave, incluso las intrigas y manejos están bastante acotados y son declaradamente ficticios.

Es por ello que el factor crítico está bastante mediatizado, ya que se limita a las citadas intrigas clericales, mientras que los asuntos más graves o controversiales se mencionan muy de pasada. Así, por ejemplo, cabe mencionar la mirada relativamente comprensiva sobre el pasado de algunos de los candidatos, como el del cardenal africano Adeyemi (Lucian Msamati); cuyo “pecado” tiene algo de justificación en el plano de lo puramente humano, que no en el divino (exigible). De tal forma que la crítica a la falta de transparencia no sea al 100 por ciento ni tampoco se cae en el maniqueísmo.   

Más que la crítica, lo importante es la verosimilitud, que se sostiene gracias a la investigación detallada de los procedimientos y rituales del cónclave; así como en la mención puntal de asuntos de controversia pública al interior de la Iglesia Católica. En esa línea, se presenta como trasfondo el notorio enfrentamiento entre el sector tradicionalista y conservador –representado por el cardenal Tedesco (Sergio Castellitto)– contra los partidarios de cambios al interior de la Iglesia, encabezados por el cardenal Bellini (Stanley Tucci).  

En tal sentido, es interesante que el cónclave sea sacudido por actos terroristas –presuntamente islamistas– en Roma que incluso llegan a dañar la Capilla Sixtina, lo que atiza la lucha entre los candidatos de estos dos sectores. Un factor adicional de credibilidad es que durante la exhibición del filme en los días de navidad en Europa, ocurrió un atentado filo-islamista en Magdeburgo, Alemania, lo que aportó a este contenido del filme desde el mundo real.  

Asimismo, la reciente disolución por el actual pontífice de la organización Sodalicio de Vida Cristiana, en Perú, por sus reconocidos abusos sexuales y de otro tipo contra menores, así como la revelación de una denuncia por abuso sexual contra el cardenal Juan Luis Cipriani, primer prelado del Opus Dei en acceder al cardenalato, en Lima, han puesto en evidencia el encubrimiento de estos casos por décadas; lo que calza con un lamentable patrón recurrente de abusos sexuales a menores al interior de la iglesia.

La politización de esta religión por parte de la extrema derecha fundamentalista lleva a ciertos sectores al encubrimiento e incluso la defensa abierta de los pederastas, sobre todo cuando tienen poder; así como a la persecución judicial y acoso de las víctimas e incluso de los periodistas que los investigan.

Es por ello que tiene verosimilitud que en la elección papal ocurran maniobras parecidas a las de los políticos y que en la película se muestren presuntos canales de información, acción e interacción non sancta entre grupos o facciones al interior del colegio cardenalicio. Siendo lo más crítico la revelación de actos de corrupción para descalificar rivales y apuntalar candidaturas. 

El punto es que la Iglesia es mostrada también como una institución humana y no solo celeste o espiritual. Viene al caso destacar que –desde un punto de vista teológico o al menos según la versión oficial del catolicismo– la elección del papa se produce por una iluminación del Espíritu Santo, la que se consigue mediante la oración. Y esto se muestra también en el filme, aunque de forma muy puntual; por ejemplo, cuando el candidato Adeyemi pide a Lawrence orar juntos o cuando el cuestionado cardenal Tremblay (John Lithgow) lo invoca como fuente de su accionar.

Cierto que estas menciones son tangenciales, como acotados son los debates e intrigas que van componiendo el guion. Lo verosímil son las maniobras (abiertas y encubiertas) propias de cualquier proceso electoral, y enmarcadas en las pugnas entre conservadores y progresistas; aunque también se manifiesten intereses clericales regionales o incluso nacionales. Contexto que se apoya en los debates públicos que involucran personas y organizaciones al interior de la Iglesia Católica, mencionados antes.   

En cambio, no es verosímil que se produzca la citada intervención decisiva del Espíritu Santo; dado que eso solo lo saben los 120 príncipes de la Iglesia y absolutamente nadie más. Puede ser que tal participación celestial ocurra y sea real, pero no es verosímil; porque luego –en la vida real– sucede que el papa electo enfrenta desafíos y recibe críticas públicas por parte de algunos de los purpurados supuestamente iluminados por la etérea paloma trinitaria; como ocurre con los abiertos ataques de prelados fundamentalistas contra el actual papa Francisco. 

Para algunos creyentes esta intervención sobrenatural puede ser real, pero para el cineasta se requiere un mínimo de verosimilitud y credibilidad; por lo que el enfoque de la película tiende a cubrir tanto los comportamientos humanos como los religiosos, aunque estos últimos ameriten un tratamiento muy marginal. Por esta razón, tampoco viene al caso debatir mucho sobre las interpretaciones doctrinales o teológicas involucradas en Cónclave, salvo un par que el cineasta enfatiza.

Fe y duda

A través del decano Lawrence, Berger introduce reflexiones personales sobre la fe y la necesidad de tolerancia dentro de la Iglesia. Un mensaje inicial de la cabeza del Colegio Cardenalicio a sus colegas subraya el valor de la duda en contrapunto con la certeza dogmática. Vale la pena citarlo in extenso:

“El regalo de Dios a su Iglesia es la variedad. Después de todos estos años de servicio, he aprendido a temer un pecado más que cualquier otro: la certeza. La certeza es el mayor enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo mortal de la tolerancia. Incluso Cristo dudó al final: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’. Nuestra fe está eternamente viva precisamente porque camina de la mano de la duda. Si hubiera certeza y no hubiera duda, no habría misterio. Y sin misterio, no habría necesidad de la fe. Recemos para que el Señor nos conceda la gracia de un papa que duda. Y también de un papa que peque y sea capaz de pedir perdón”.

Esta exhortación equivale a poner el dedo en la llaga. De un lado, la fe exige la certeza sobre el dogma; pero, a la vez, la fe ciega conduce al sectarismo y, eventualmente, a la exclusión (o sea, a divisiones o escisiones). Esta es la tensión de fondo (no la única y quizá no la principal, pero sí la que interesa al director) que subyace al interior de una institución humana tan grande como la Iglesia Católica. La apelación a la duda y, por tanto, a la tolerancia es fundamental para poder mantener la unidad de esta longeva institución; pero también sugiere la necesidad de cambios y coloca la película en el campo de quienes los promueven (en la misma línea de Los dos papas de Meirelles). 

Pero la reflexión de Lawrence va más allá con su defensa de la duda, al poner en cuestión –hasta cierto punto– la base misma de cualquier creencia religiosa. La duda, dice, existirá mientras exista el misterio (o sea, el mito), cuyo carácter insondable es una invitación al cambio, como una forma de acercamiento y renovación constante de la fe. De hecho, muchas de las personas que adhieren o están comprometidas activamente con una determinada creencia religiosa lo hacen en busca de una verdad trascendente al estar acosados por la duda existencial. Unos sufren por la duda, otros se aferran al dogma inmutable para acallarla o sepultarla.

La religión y los discursos religiosos satisfacen una necesidad sicológica del ser humano, al aportarle la seguridad de una fe trascendente; la cual se nutre de creencias mitológicas pero también seculares (político-ideológicas, artísticas, mediáticas, etc.). Al poner el énfasis en la duda, se cuestiona el fundamentalismo y dogmatismos religiosos (y seculares) excluyentes y, a la vez, se abre una puerta hacia la inmensa población no practicante y también a los no creyentes; ampliando el rango y renovando el compromiso con la fe mediante cambios necesarios.

Pero la duda también puede ser vista desde otro ángulo, el que sugiere el pedido de elegir un papa “que duda… que peque y sea capaz de pedir perdón”. Siendo otro argumento contra los fundamentalismos, la idea aquí es que la duda active mecanismos de auto corrección al interior de la institución, lo que es un factor clave para el buen gobierno de la Iglesia (siendo, por otra parte, uno de los mecanismos fundamentales para el mantenimiento de la democracia política, según una de las conclusiones de “Nexus”, el libro de Yuval Noah Harari). 

Lamentablemente, la película la limita únicamente como pretexto del pedido de perdón de Adeyami y no la desarrolla a plenitud, solo la enuncia, posiblemente porque el argumento de la cinta va por otro lado.   

En todo caso, destaca la notable actuación de Ralph Fiennes, quien ejemplifica las tensiones que le generan la duda no solo con respecto a la iglesia sino incluso en la propia fe en Dios; lo que se transmite en sus relaciones con el resto de personajes de la película, aterrizando en asuntos más bien terrenales. El uso de planos cerrados y de primeros planos favorecen el trabajo del actor, que se la pasa cuestionándose a sí mismo ante cada giro provocado por los “destapes” del pasado y maniobras recientes de los candidatos.

El desenlace del filme, el que no puedo discutir sin caer en el spoiler, es el segundo aporte importante de esta cinta. Se puede adelantar que ubica un tema crucial no solo al interior de la Iglesia sino también en otros debates contemporáneos; el que gira en torno a la persona física (lo que uno es) y no tanto en relación con las ideas, dogmas o conceptos –en este caso– teológicos (lo que uno dice ser o creer). 

Mientras que, desde un punto de vista dramático, el desenlace fue influido, anticipado y preparado (y este es el giro más espectacular de la película) por el propio pontífice fallecido. De esta forma, la secuencia inicial adquiere una relevancia fundamental para el desenlace del filme. Asimismo, es interesante que la elección se decida en el plano de la acción, tanto la premeditada como la inesperada; y que se apoye en lo humano, no en lo divino, aunque sí con una pizca de azar (lo inesperado, las consecuencias no previstas).

En suma, Cónclave es un thriller poderoso que, además de mantener la tensión dramática, ofrece aportes significativos para la reflexión sobre la fe, la religión y el poder dentro (y en los márgenes) de la Iglesia Católica; con detalles relevantes para el contexto de debates al interior del catolicismo. Altamente recomendable.


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