[Crítica] «La asistente» (2024): elegida como mejor cortometraje en los Premios APRECI


Se podría decir que los temas como el de la precariedad laboral o del acceso a la salud son tan amplios que requieren de más tiempo fílmico para tratarlos correctamente. El cortometraje es un formato que permite tomar un fragmento de una problemática y lo aborda siguiendo una mirada, un personaje y una unidad de tiempo menor a la de los largometrajes. La asistente (2024) tiene todas estas características pero permite ahondar en más de un tema: el trabajo infantil, los derechos reproductivos negados a las mujeres, la informalidad laboral como salida para médicos y pacientes de un sistema hostil. La mirada paciente de Clara, una niña de 11 años que ayuda a sus padres en dos negocios totalmente distintos, nos permite observar con la misma perplejidad de la protagonista lo que ocurre con la llegada de una paciente particular al consultorio médico informal de su papá.

Clara se mueve entre dos espacios principales dispuestos en dos pisos de un mismo inmueble: el chifa, restaurante comandado por su madre; y el consultorio dental, en el que atiende su padre. Cada uno parece oponerse al otro en todo sentido. En el chifa, reina la agitación, los tonos cálidos y saturados, el sonido de los utensilios y la comida al fuego por el que tienen que elevarse a un volumen más alto las voces imparables con indicaciones. En el consultorio, el silencio es determinante, la precisión al tomar y dejar instrumentos médicos se puede percibir al detalle, envuelta en una luz natural y en las tonalidades frías de las batas y protectores. La escalera es el único espacio intermedio, una ruta de tránsito que Clara recorre de ida y vuelta de un nivel al otro, lugar del que se apropia unos segundos al tratar de entender quién es esa paciente nerviosa que llegó al consultorio y no está en agenda.

Aunque no haya un espacio físico propiamente de la niña, el lugar más interno, sus pensamientos y más aún, sus preguntas, sí le pertenecen. Pero el acierto audiovisual aquí es que podemos acercarnos al desconcierto de la protagonista gracias a toda la información que es dejada fuera del encuadre. Sin embargo, nuestra perplejidad como espectadores tiene un fondo distinto al de Clara. Ambos escuchamos la voz del padre con órdenes, los sollozos de la paciente y los sonidos de los objetos. Pero mientras Clara se sorprende al conocer por primera vez un caso de aborto ilegal, nosotros sabemos bien de qué se trata y la sorpresa responde más a nuestra condición de testigos de la participación de la menor como asistente del médico, y por estar en la atmósfera de un procedimiento del que muchos desconocen información por estar criminalizado en varios lugares del mundo, como el Perú. 

El film dirigido por Pierre Llanos estuvo en la competencia para ser incluido en el short list de los premios Oscar, en la categoría de mejor cortometraje de ficción. La Unesco informó hace unos años que las personas más vulnerables de la sociedad son las niñas indígenas. Si bien aquí nos encontramos con una menor -interpretada con mucha naturalidad por Illari Pérez– que vive en la ciudad con aparente trato afectuoso de sus padres, la situación en la que ellos viven hace que Clara se encuentre con el compromiso de trabajar en tareas que exceden las responsabilidades habituales de una niña de su edad. Su historia se cruza con la de la paciente -rol interpretado por Yaremis Rebaza- como una de las mujeres a las que las malas políticas gubernamentales empujan a sufrir daño físico y psicológico. Pold Gastelo completa el elenco como el dentista padre de Clara que practica un aborto ilegal en buena parte para tener un ingreso económico adicional superior al habitual, en el marco de un Estado que fomenta un mercado negro para un procedimiento que debería ser realizado por especialistas, y que es necesario para dejar de profundizar las brechas en la precariedad de las vidas en el país.


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