«Punku» es una palabra en quechua que significa «puerta» o «portal». Este es el concepto principal en torno al cual se compone la nueva película del cineasta J. D. Fernández Molero. La mirada, en la cultura occidental, ha sido siempre el sentido más importante para el ser humano, por permitirnos identificar aquello que nos rodea, saber hacia dónde ir y qué evitar. Sin embargo, en culturas no hegemónicas, la mirada y los ojos como órganos tangibles solo muestran parte de lo que habita en nuestro entorno. El tercer ojo, o la apertura de la percepción más allá de lo ocular, es parte de la propuesta del director en Punku, su tercer largometraje. La película llama a mirar más allá de la linealidad, de un solo nivel narrativo y de extenderse más allá de la diferencia binaria entre realidad e imaginación, para ir hacia un tercer espacio que es poco accesible pero que existe, aunque no se rige con las mismas lógicas del mundo material.
La película está dividida en episodios de narración lineal, pero que se entremezclan con secuencias oníricas. Punku empieza con el testimonio de un niño acerca de un duende al que pudo escuchar, y apenas logró ver, pero sabe que no se deja fotografiar. Y tal como en las divagaciones de un sueño, este momento parece ser un relato aislado durante parte de la película, hasta que algunos elementos de ese ser mágico se vuelven a asomar. Pero el protagonista es Iván (rol interpretado por Marcelo Quino), un adolescente desaparecido por dos años en la ceja de selva de Quillabamba, Cusco, y a quienes sus parientes dieron por muerto. Al ser encontrado, perderá un ojo debido a una infección que no había sido tratada hasta el momento en que fue llevado al hospital por Meshia (Maritza Kategari), una joven machiguenga de 18 años que no lo conoce. Ambos establecen una relación de confianza y acompañamiento paciente.
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Cada personaje, en su propio arco narrativo, está frente a portales que desea abrir o a los que no puede evitar acceder. Al volver a casa, Iván encuentra limitaciones para expresarse y apenas reacciona o hace saber su voluntad. Los demás no pueden contactar con el interior de Iván mientras que él, a la par, está en contacto con un plano diferente de realidad y una probable coexistencia con un ser maligno. La secuencia en la que extirpan del ojo enfermo de Iván dialoga con la de Gabriel (Ricardo Delgado), el cazatesoros, quien aparece con un ojo sanguinolento brotando de su boca, sentado al lado del cuerpo durmiente de Iván. Gabriel también entra en el juego de expansión del concepto de portal, pues el detector de metales que usa para sus pesquisas no es lo único que necesita en la selva para captar lo que no se ve en la superficie.
Una trama particularmente conectada al aspecto social de Quillabamba es la de Meshia, quien se convierte inesperadamente en una especie de hermana mayor para Iván. Meshia cuida de él y cada uno aporta ternura y calma a los momentos compartidos con el otro. El niño se ve forzado a lidiar con el ente que lo ha poseído, mientras que a Meshia le sucede lo mismo con los sujetos que desean poseerla desde la objetivización sexual. La muchacha tiene el sueño de triunfar en el concurso de belleza local «Miss Sirena 2022». En la secuencia de Meshia narrando cómo imagina su futuro ideal, con un club de fans y modelando para marcas famosas, hay una especie de anhelo de una forma de vida diferente para la que toma riesgos con tal de alcanzarla, al estilo de la sirenita Ariel. La dulzura de Meshia se contrapone a dos universos sombríos: el mitológico, que parece absorber a Iván y al cazatesoros, y el de la realidad social de interacciones misóginas hacia ella.
Todos los subtemas y elementos de las líneas argumentales podrían haber sido tratados bajo la visión explotadora y exotista sobre la selva sudamericana, pero la película acierta en ser un sujeto más entre los que conforman el entramado de Punku. El cine es, en sí mismo, un portal, un ente vivo que abre las puertas de la percepción al espectador. Al mismo tiempo, tal como sucede con el duende de esta historia, lo que el cine puede captar es solo una parte de aquello que realmente es imperceptible. Es un arte profundamente conexo al sentido de la visión en el aspecto occidental. El cine experimental de Fernández Molero intenta rupturas con las preconcepciones de lo lógico para un filme, y recurre a la diversidad de texturas fílmicas (Super 8, 16 mm, digital) y de relaciones de aspecto en pantalla. Como en un sueño, Punku no llega a conclusiones ni a encadenar los elementos soltados durante las más de dos horas de película. La experiencia misma es, especialmente, más intelectual que emotiva, aún contando con niveles de sensorialidad. El surrealismo de Punku es quizás, en su propia vaguedad, una declaratoria sobre las limitaciones de nuestros sentidos y del cine mismo para retratar los mundos existentes.
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