[Crítica] “Karuara, la gente del río” (2024), de Stephanie Boyd y Miguel Araoz

Ganadora del premio a la Mejor Película Peruana y del Premio del Público en el 28 Festival de Cine de Lima, Karuara, la gente del río se estrenó en salas comerciales el 20 de febrero pasado, llevando las experiencias, creencias y problemáticas de la comunidad Kukama a la pantalla grande. Compartiendo cartelera con títulos multipremiados como The Brutalist y Conclave, revisitar la obra documentales de los realizadores Stephanie Boyd y Miguel Araoz Cartagena supone tomar consciencia sobre realidades ajenas a la capital peruana, sobre el río Marañón en su cualidad de sujeto y ente dador de vida.

Acompañado de narraciones que revelan el lazo sacro con la cocha y los seres que habitan en sus profundidades, el documental se sirve de la lengua originaria kukama kukamiria en su noble intención por preservarla, intercalando idiomas según amerite lo expuesto. En primera instancia, los testimonios dados por habitantes kukama hacen uso del español, facilitando el acercamiento de sujetos ajenos, al convertir sus experiencias personales en relatos de entendimiento global. Por su parte, aquellos en torno a la mitología del pueblo se dan en su lengua materna para fortalecer el sentido de pertenencia e identidad que cargan dichas historias, para dotarlas de un misticismo que solo el idioma posibilita, narraciones hechas por los profesores María Nieves y José Huaymacari de la escuela Ikuari.

Siguiendo esa línea, coloridas secuencias animadas dan vida al imaginario kukama, llenan el encuadre de criaturas marinas que reciben al espectador, que se convierten en personas una vez instaurada la idea del pueblo karuara. Como un reflejo en el agua, la gente del río sigue las costumbres y tradiciones de los habitantes en tierra, mantiene conexión directa al ser estos quienes deciden sobre la salud de los segundos, al verse ambos afectados por la contaminación de petroleras negligentes que el Estado mismo apoya, tema que aparece como denuncia directa y sirve al activismo tan impregnado en el filme.

Volviendo a los testimonios, el recurso de las “cabezas parlantes” hace presencia sin caer en el tedio, intercalando con tomas abiertas que dan cuenta de un costumbrismo particular, de los tiempos calmos y solemnes propios de la selva, de otros que capturan juegos infantiles o movimientos constantes de los cuerpos de agua. Siendo quien lleva la palabra desde un inicio, Mari Luz Canaquiri, presidenta de la Federación de Mujeres Trabajadoras Kukama “Huaynakana Kamatahuara kana”, nos introduce a su estilo de vida y a las principales preocupaciones de su pueblo, ello acompañado de experiencias personales como la enternecedora historia del nacimiento de su hija o, ya mostrado en pantalla, el parto de esta última.

Además de abarcar tópicos como la maternidad en situaciones precarias o el rol de la mujer en comunidades indígenas, el documental sigue a José Murayari en su jornada como pescador a tiempo completo. Con la frase “un día que no pesco es un día que no como”, sus vivencias son claro ejemplo de las dificultades que enfrentan los pobladores en su día a día, de la importancia del río en su capacidad para dotarlos de alimento y recursos varios. Ameno en su narración, se recalca la importancia del respeto al río, de dar ofrendas a cambio de peces, de pedir con humildad y tratarlo como igual.

A la par de otros proyectos peruanos como El viaje al origen del Kené, Karuara, la gente del río va más allá de sus escenas animadas y se sumerge de lleno en la revalorización de estilos de vida no occidentalizados, del idioma, las historias y las costumbres que forjan su identidad única e irrepetible. Sin caer en complejidades, siendo reiterativa cuando necesita serlo, una pieza antropológica que sirve como introducción condensada al pueblo kukama, que demuestra su activismo dando voz a quienes más la necesitan, a quienes existen, resisten y viven para contarlo.