Festival de Berlín: «Magic Farm» (2025), millennials detrás de la cámara


La más reciente película de Amalia Ulman, cineasta argentina radicada en Los Ángeles, EE UU, nos sumerge en la vida de un grupo irreverente de estadounidenses completamente ensimismados en sus problemas, al punto de ser incapaces de reconocer las soluciones, incluso si las tuvieran frente a sus ojos.

Con la propia directora en el reparto principal, acompañada por Chloë Sevigny, Simon Rex y Alex Wolff, Magic Farm nos transporta a la escena más irreverente del cine independiente. La propuesta recuerda a la filmografía del chileno Sebastián Silva -otro latino afincado en Estados Unidos- por su atrevimiento narrativo y su libertad formal para abordar estas problemáticas. La película incorpora planos capturados con cámaras GoPro sujetas a perros callejeros, tomas de patinetas que evocan la infancia de una generación y un uso desenfadado de títulos que remiten a la estética viral de las redes sociales.

Tal como mencionó Ulman en la ronda de preguntas y respuestas realizada tras la función de estreno, el filme pone el foco en lo absurdo que puede ser el desarrollo de un malentendido y en el egocentrismo de sus personajes, ajenos a una realidad que les ofrece respuestas sin que ellos sean capaces de verlas. Se podría interpretar como una crítica a una generación completamente absorbida por sí misma, en la que la moralidad no es un principio fundamental, sino una guía flexible que puede tomarse en cuenta o ignorarse según la conveniencia.

La historia sigue a un equipo de documentalistas que viaja al interior de Argentina en busca de material para su programa. Sin embargo, se ven más preocupados por la estética de las apariencias que por el contenido de lo que intentan documentar. Incluso los personajes mayores, como la estrella caída en desgracia interpretada por Chlöe Sevigny o el productor en plena controversia por acusaciones de agresión sexual (Simon Rex, protagonista de Red Rocket, película indie del ahora oscarizado Sean Baker), parecen desconectados de la historia real que tienen frente a ellos: la intoxicación de una comunidad vulnerable por pesticidas tóxicos, un tema que evoca la crisis de las plantaciones de Monsanto. En lugar de enfrentarse a esta dura realidad, los personajes más jóvenes—Ulman, Wolff y Joe Apollonio—optan por la teatralidad, reflejando la superficialidad con la que afrontan sus propias vidas.

El filme, una coproducción entre Estados Unidos y Argentina, no teme sumergirse en las paranoias millennials y la adicción a las redes sociales, contrastándolas con la vida en un pueblo argentino desatendido. De forma casi irónica, la película muestra cómo, a pesar de las diferencias geográficas y de acceso a internet, la influencia de las redes es universal. Ya sea en Nueva York o en un pueblo remoto, todos están infectados por la obsesión con TikTok, los bailes virales y las selfies estratégicas que puedan generar más likes y mejorar su estatus social. En este sentido, uno de los personajes más interesantes es Matías, un joven con una enfermedad degenerativa que, según reveló Ulman en el Q&A posterior al estreno, estaba basado en alguien real. Apasionado por las raves y el hedonismo, Matías improvisa la mayoría de sus diálogos, lo que aporta una frescura y dinamismo clave en la narración.

Amalia Ulman (der.), directora de Magic Farm, durante el Q&A posterior a la proyección de su película. (Foto: Sofía Alvarez)

El tono lúdico y la apuesta estilística de Ulman llevaron a Magic Farm a un estreno europeo vibrante en la sección Panorama de la Berlinale y a su estreno mundial en Sundance este año.

Magic Farm es el segundo largometraje escrito y dirigido por Amalia Ulman, tras El planeta (2021), y confirma su lugar como una de las cineastas más provocadoras y singulares del panorama independiente actual.


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