Creo que en un caso como el de esta cinta, las comparaciones son inevitables. Y es que mientras la veía no podía dejar de pensar en otro biopic contado en clave de musical como lo es Rocketman (2019). En la película de Dexter Fletcher veíamos a Elton John contando distintos pasajes de su vida, teniendo el origen, el éxito, la caída y el resurgimiento. No obstante, aunque el enfoque que tenía parecía en su momento fresco, viéndolo en retrospectiva, me da la impresión de que esas ganas que supuestamente el cantante tenía por contar su vida, con lo bueno y lo malo, no resultaban tan auténticas. La razón por la que he decidido mencionar en qué falla esa película es porque de nada sirve hacer algo que se venda como distinto si solo será, en el fondo, lo mismo de siempre solo que con un envoltorio más bonito.
Obviamente, uno no puede ser realmente objetivo al contar su propia vida. La cuestión va por la forma en la que en ese filme, cada hecho -fuera de la espectacularidad musical- no expande sus horizontes más allá de los lugares comunes de este tipo de historias biográficas. Será debido a esas limitaciones, una estructura ya muy conocida, que además no tiene una mayor visión detrás de eso, que solo terminará atrayendo al público de manera efímera. Por suerte, con esta película que comento ahora sí tenemos un relato que, quizá para tampoco ser el más fidedigno, viene desde el corazón del protagonista real. Aparte, da gusto ver que lo hace de la mano de un director que, estando recién en su segundo largometraje, ya demuestra una pasión por hacer un espectáculo tan grandilocuente como honesto en sus intenciones.
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Así como en The Greatest Showman (2017), su película anterior, Michael Gracey retoma en Better Man: la historia de Robbie Williams (2024), esa especial preocupación que tiene por reivindicar lo popular como una forma de arte tan válida como lo que puede ser considerado «culto». Al igual que P. T. Barnum y su circo, Robbie fue alguien que salió de abajo y su misión desde siempre fue, como si de un mandato divino se tratara, entretener a las masas. Y lo interesante de esa misión es que cumplirla no se basa solo en qué tanto nace uno con ese talento, el famoso «eso» que su padre menciona, sino también en cómo uno forja ese camino. Claro que, al abrirse paso uno mismo hacia la fama, el ímpetu puede ser tal que el descarrilamiento interior es inevitable.
En la cinta este camino se traza de manera simbólica mediante un halo de luz, que es puesto sobre Robbie desde su niñez gracias a quienes ama. A partir de esta luz es que podemos trazar las fases del proceso. Primero está la luz que descubre, dando el arranque a su carrera y las ganas de comerse el mundo sin importar los baches (el éxito y posterior salida del grupo Take That). Luego, cuando esa luz ya está posicionada en él, es su intensidad la que llega a cegar. Esto se ve traducido en su ascenso como solista, que, para ser meteórico, es tan intenso que los vicios del espectáculo lo consumen. Es recién al final que esta luz se vuelve una guía, bajando la intensidad y trazando, ahora sí, el camino para ser alguien mejor gracias al poder que el arte da.
Y ver la transformación de la luz como ese don celestial con el protagonista siendo un mono, es la cereza sobre el pastel. Que él se retrate a sí mismo como ese animal es más que una decisión estilística curiosa, ya que esto también es algo que forma parte de este camino. Será al separarse de su dimensión humana que puede mirar con mayor severidad sus errores y, al mismo tiempo, generar en la audiencia una empatía que en un primer momento es engañosa, debido a los errores que comete y no teme mostrar y será recién con su esfuerzo que podrá lograr el amor correspondido de la gente. Robbie sabe que para ya no ser el mono y ahora ser ese «mejor hombre» debe ganarse una empatía genuina, una que no se gana con palabras, sino con acciones.

Acá vemos a una estrella que primero pasa por un proceso evolutivo antes de llegar a esa humanidad requerida, la cual solo tendrá éxito si combate esos demonios que va acarreando en su vida. La batalla no es fácil y vaya que se pierde más de lo que se gana y es precisamente por esa lucha (que gracias al musical es retratado de un modo alucinante en diversas secuencias) que la película, lejos de vender el típico relato de autosuperación, es honesta con nosotros y nos invita a ver este proceso de sanación y descubrimiento. El espectáculo se ve completo y para ver ese arte, vemos también los platos rotos que hay tras bambalinas. Por último, quizá como un pequeño detalle negativo, si bien esta es una travesía que emociona, también puede ser abrumadora en ciertos pasajes, por lo que seguirlo sí lo puede sobrepasar a uno, pero no es nada grave que arruine la experiencia.
En conclusión, Better Man es, por mucho, el mejor musical que nos dio el 2024. Su grandeza, que parte desde el modo trepidante es que está filmado, deslumbra en cada momento por su fluidez. Y es gracias a esta virtud cinematográfica que su cámara, sin muchos cortes, nos sumerge, por más de dos horas, en un espiral de triunfos y excesos. De ahora en adelante, canciones como “Rock DJ”, “Angels” o “Feel” cobran un nuevo significado para quien las oye viendo la cinta. Lejos de responder la típica pregunta de “¿Cómo se hizo esa canción?”, acá se opta por un “¿Por qué se hizo?”, dejando de lado el rigor biográfico para en su lugar tener un orden del tipo simbólico, entendiendo la importancia que la canción tuvo en algún periodo de la vida de Williams.
Dicho esto, queda en evidencia que quien se planta detrás de la cámara es una persona con visión y propios temas que acá son trabajados con una mayor madurez si lo comparamos con su anterior, y para nada despreciable, primer proyecto. Michael Gracey es un cineasta que, como dije al inicio, reivindica lo popular, entregando un vistazo, tan vislumbrarte como introspectivo, a una megaestrella y los demonios con los que lidia. Asimismo, entendemos que sus composiciones no deben verse únicamente como hits masivos. Dentro de esos ritmos pegadizos hay también retazos íntimos del artista que dio y sigue dando todo por entretenernos y, lejos de querer dar lástima, nos invita a mirar esos errores y cómo mejorar a base de ellos.
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