Viendo en retrospectiva la filmografía de Bong Joon-ho, uno nota que tiene como constante el hecho de tener protagonistas, de cierto modo, inesperados. Con esto me refiero a que suelen ser personajes a los que el destino, por pura casualidad, los termina llevando por situaciones que se les escapan por completo de las manos y deben hacer hasta lo imposible por solucionar el conflicto que tienen en frente. Claro que, conociendo sus ideas respecto a la sociedad y cómo esta es oprimida por los poderosos, de más está decir que sus protagonistas son también gente que viene de la parte baja de la pirámide social, trayéndoles mayores obstáculos en el camino. En su nuevo largometraje, el cual marca su regreso tras el fenómeno cultural que fue Parásitos (2019), volvemos a ver esta clase de protagonista.
Ya desde un primer momento, vemos a Mickey (Robert Pattinson) derrotado y confundido, arrepintiéndose totalmente de su condición actual. Pero más allá de cómo él pueda sentirse, expresándose mediante su narración en off, el cineasta desde ese instante ya nos deja en claro todo por la forma en que marca su punto de vista: mirando de abajo hacia arriba. Es esa perspectiva la que marcará por el resto del metraje la forma en la que él se ve tanto a sí mismo como al ambiente que lo rodea, aferrándose como pueda a cualquier situación o persona que le permita simplemente seguir vivo. Será en su trabajo, uno donde la vida vale poco, que eventualmente verá qué es lo que hay en esa cima inalcanzable.

A través de ese constante temor que lo agobia, conocemos el mundo en el que la acción se desenvuelve, uno que es tan macabramente rutinario que lleva la pesadilla del trabajador a un nuevo nivel. De los escenarios que vemos, da la impresión de que el futuro que el cineasta plantea no es uno precisamente amplio y ordenado. Al contrario, es uno de espacios reducidos y bastante caóticos en buena parte, mostrando grandes cantidades de gente moviéndose por distintos lugares, teniendo solo un mínimo sentido de organización por el poder que es ejercido en el lugar donde están. Sin embargo, al ser este poder uno tan poco serio, era de esperarse que su colapso sea cuestión de tiempo y es ese proceso en el que Mickey se verá envuelto.
Tener a dos versiones del mismo protagonista, cada una con una personalidad diferente, es interesante porque es como una suerte de dualidad perfecta frente al mundo actual. Por un lado, están quienes miran con pavor su destino, quedando completamente paralizados debido a la incertidumbre. Por otro lado, están quienes asimilan esa situación y ven la anarquía como la mejor forma de llegar a ese abismo al que nos dirigimos. Es con esas visiones del mundo que Mickey, a mi parecer, simboliza el modo en que el director nos invita a encontrar un punto medio entre esos lados, teniendo ese temor a lo que puede venir, pero sin nunca olvidar rebelarse cuando es necesario.
Lamentablemente, a pesar de ser una película que conserva esa visión del mundo que el director ha construido a lo largo de su filmografía, me apena comprobar que es de sus trabajos menos logrados. Lógicamente, uno al verla piensa en las incursiones previas del director en producciones en inglés como Snowpiercer (2013) y Okja (2017) y si bien esas, en mi opinión, no son malas cintas, es un hecho de que no alcanzan el mismo nivel de calidad que las realizadas en su idioma natal. Mickey 17, a mi parecer, se ubica en el medio de esas dos, superando a lo que hizo con Netflix, mas no llegando a equiparar a la primera vez que hizo algo fuera de Corea del Sur.

Lo que me hace pensar que la cinta no llega al podio de sus mejores trabajos es principalmente su forma de dejar a medias las cosas. Luego de una primera hora en la que conocemos la vida de Mickey y el entorno en el que se desenvuelve, presentando su forma de vincularse con todos de gran manera, hace su aparición el clon y ahí las cosas parecen perder el rumbo. Una vez que este personaje entra en acción, la trama corre y lo hace con tropiezos en el camino, como si quisiera llegar a sus picos de mayor epicidad con tal de ir a lo que se cree que el público desea ver. Estoy consciente de que estoy cayendo en el terreno de la conspiración, pero tengo la leve sospecha de que eso puede deberse a la interferencia del estudio de la N roja.
Y es que hasta cierto punto esto tendría sentido. Considerando que la película se demoró en lanzarse por diversos factores, no sería disparatado creer que los ejecutivos querían a como dé lugar hacer de esta aventura espacial una de corte más tradicional. ¿Cómo resulta evidente esto? Por el choque de visiones, desde luego. Mientras uno quiere darle un mayor peso a la psicología del protagonista y cómo este se desenvuelve frente a los demás que lo ven como alguien desechable, los otros prefieren simplificar esos dilemas morales en pro de dar un espectáculo cliché propio del género, dar la moraleja y cerrar. Irónicamente, es justo esa sensación vacía de querer dar un falso bienestar, mediante el show visto a través de tantas pantallas como en las que ahora estamos inmersos, uno de los temas del filme y que igual el director se burle de ellos con eso, es un acierto que destaco.
En conclusión, Mickey 17 es una buena película de ciencia ficción que, incluso en sus tropiezos, sale airosa por tener a un director que, sin necesidad de probarle nada a nadie, entrega un relato tan lúdico como existencial. Aunque caiga en la caricatura, teniendo a personajes como el de Mark Ruffalo siendo nada sutil, se tiene como contrapeso ideal a un gran protagonista que encarna a la perfección a un héroe involuntario. Para conseguirlo, se tiene a un notable Robert Pattinson, mostrando un amplio rango de registros, desde sus miradas profundas hasta sus gritos y volteretas más estrafalarias. Es con toda esa suma de virtudes y defectos, donde señala sin pudor alguno a quien debe ser señalado, que igual se las ingenia para dar un filme tan divertido como retorcido del modo en que solo él sabe.
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