Robert De Niro es, sin duda, uno de los grandes actores de nuestra época. En esta ocasión, protagoniza una serie de Netflix titulada Día cero, que narra un hackeo masivo a todos los sistemas informáticos en Estados Unidos. Este ataque es una primera advertencia por parte de un grupo desconocido al gobierno, lo que obliga a la presidenta Evelyn Mitchell (Angela Basset) a buscar al jubilado expresidente George Mullen (Robert De Niro) para que encabece una comisión especial con poderes extraordinarios. Esta comisión tiene la misión de capturar a los responsables del ataque, pero en el proceso tiene la autorización para anular los derechos constitucionales, lo que genera un dilema político y social de gran magnitud.
Más allá de la trama, Día cero establece ciertos paralelismos entre el personaje de De Niro y el propio actor. En la serie, su personaje es un veterano expresidente, pero que aún se mantiene en forma, algo que también es cierto en la vida real: a sus 81 años, De Niro sigue activo, cuidando su estado físico –nadando y trotando diariamente, como se le ve varias veces en la serie– a pesar de su pasión por la gastronomía.

Otro detalle interesante es que, en la historia, su personaje tiene una hija fuera del matrimonio, un aspecto que podría haberse omitido pero que añade matices al drama. Aunque este elemento no es central, resuena con la vida personal del actor, quien recientemente tuvo un hijo a su avanzada edad.
Un tercer punto a destacar es que, en estas condiciones, De Niro asume el reto de protagonizar, por primera vez, una serie de 6 capítulos en la que está presente ante cámaras la mayor parte del tiempo. Por si fuera poco, es uno de los productores, supervisando diversos aspectos de la serie. En entrevistas, ha comentado que el esfuerzo requerido fue comparable a cruzar el Canal de la Mancha nadando de ida y vuelta: no podía detenerse, pues se hundiría inmediatamente (es decir, que la producción le demandaba un fuerte compromiso tanto físico como intelectual).
En cuanto a la calidad de la serie, si bien no es una superproducción al nivel de El irlandés, cumple con su propósito y resulta interesante. Su eje central es la crisis política, abordando la polarización en Estados Unidos, la influencia de las grandes corporaciones tecnológicas, la intervención del espionaje ruso, la amenaza de hackers, las campañas de desinformación mediática y el papel de la presidencia de la nación y del presidente del Congreso. Aunque no trata directamente la coyuntura actual, sí presenta a personajes y situaciones que recuerdan a figuras y conflictos de la política estadounidense.

Otro componente que se resalta es la posibilidad de que se genere una instancia de poder súper poderosa, que valide prácticas como la tortura, los allanamientos indiscriminados, la persecución y detención de periodistas opuestos al gobierno, aunque termocéfalos; y la instauración de un clima de sospechas generalizado, pánico financiero, poderes absolutos y polarización extrema. Todos temas y personajes que rondan en la coyuntura política actual en el país del Norte, aunque –como digo– insertados en una trama muy distinta al presente; y, sobre todo, ficticia.
Un aspecto que podría considerarse una debilidad es la conexión familiar entre varios personajes políticos: Sheila (Joan Allen), la esposa de Mullen, Valerie Whitesell (Connie Britton) la examante, Alexandra (Lizzy Caplan) la hija del expresidente y Roger Carlson (Jesse Plemons), pareja de Alexandra y asistente de su padre, son todos actores políticos; y tienen roles clave en la trama, lo que, si bien no es imposible, puede parecer algo forzado. Sin embargo, este elemento también sirve para explorar –y, luego, desarrollar– los conflictos personales del protagonista, incluyendo el trauma por la muerte de su hijo, un detalle que –por ejemplo– tiene ciertos ecos con la historia personal del expresidente Joe Biden.
De esta forma, en paralelo con el thriller político se va desenvolviendo una trama de corte personal, en base al afloramiento de detalles del pasado relativamente reciente de Mullen, incluyendo el destino de Carlson, que de alguna forma simboliza y reitera esa pasada tragedia. Mientras que la oposición política de su hija a la Comisión y a su liderazgo, junto a otros temas familiares y físicos (como ambiguos y misteriosos problemas de memoria), irían presionando y retando la energía de Mullen; casi siempre al borde del despido.

La actuación de De Niro es sorprendente al mostrar física e intelectualmente la fortaleza de su personaje en un campo minado de intrigas políticas, espionaje, presiones por intereses económicos, conspiración y crecientes conflictos personales. El rostro del veterano actor sigue manteniendo ese gesto estreñido tan característico, pero –dentro de esos límites– el paso del tiempo añade experiencia y una variedad expresiva que va de lo asertivo y persuasivo a lo contundente, al enfrentar constantemente distintas situaciones de tensión. A la vez que exhibe un talante enérgico y un lenguaje corporal resuelto, todo ello sin ocultar el peso de los años.
Si bien el protagonista logra cumplir la misión encomendada, el costo personal es tremendo, con ribetes trágicos. Algo que me gusta de esta serie es que el desenlace muestra a un Mullen solitario, con actitud estoica y aceptación de las consecuencias inevitables de su informe final al Congreso, tanto en el plano político como –y sobre todo– en la esfera de lo personal. Volviendo a De Niro como actor, hay una cierta atmósfera otoñal en las imágenes finales del protagonista, luego del considerable despliegue de talento y energía para llevar a buen puerto esta obra.
En definitiva, Día cero es una serie recomendable: ofrece una historia intrigante, buenos elementos de suspenso político y drama personal, así como una sólida actuación de Robert De Niro. Si bien no es una obra de gran envergadura, resulta entretenida y, en ciertos aspectos, conectada con la realidad política actual en los EE UU. Recomendable.
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