Con Parásitos cumpliendo seis años en 2025, era innegable que la siguiente película de Bong Joon-ho causaría expectativa entre el público cinéfilo. Anunciada a finales del 2022 y con múltiples retrasos en su fecha de estreno, lo nuevo del cineasta surcoreano pasó por una cálida acogida en la 75ª edición del Festival de Cine de Berlín antes de llegar a salas internacionales el pasado 7 de marzo. Reemplazando a Captain America: Brave New World en el primer puesto de la box office estadounidense, no hay duda de que Mickey 17 ha sido bien recibida por el público occidental, aunque ello suponga poca sorpresa si consideramos que la produce Warner Bros.
Protagonizada por Robert Pattinson, la adaptación de la novela de Edward Ashton sigue al marginado Mickey Barnes en su viaje hacia el planeta Niflheim, pues, además de que la Tierra se hace cada vez menos habitable, Mickey está escapando de una deuda que no puede pagar. Sin embargo, y contrario al resto de tripulantes de la nave, este se ha inscrito como un “prescindible”: una persona que debe someterse a situaciones de riesgos siendo que, en caso muera, su cuerpo será clonado para seguir con misiones similares. Manteniendo sus recuerdos y con algunos cambios en la personalidad y el carácter, la película muestra el conflicto entre la iteración número 17 y 18 por ser la única versión viviente de Mickey.

Rodada en inglés, como los dos proyectos previos a Parásitos de «Director Bong», hacer una comparativa supondría más un juego de diferencias forzado que un verdadero centro de análisis. Claro está que la crítica social se mantiene como en el resto de su obra pero, desde el setting hasta el propio guion, es evidente que lo último del director apunta a lo masivo. Más como observación que como sentencia, aclaro esto para quienes esperen otra mordaz e inteligente sátira de las élites pero se vean cara a cara con una caricatura política tan sutil como el Don’t Look Up de Adam McKay. Será que la denuncia debe ser directa para que tenga efecto sobre los menos avispados, aunque es justo esa intención la que se carga la capacidad narrativa y evocativa del filme.
Si bien una historia sobre lo desechable de la clase trabajadora a ojos de los poderosos resulta provocadora en primera instancia, es en la ejecución donde la idea se convierte en mera analogía antes que concepto en constante evolución. Siendo la reiteración su principal cualidad, la voz en off de Pattinson se mantiene incesante, haciendo aclaraciones innecesarias o subrayando lo que de por sí es perceptible en el encuadre. Aún si esto ayuda a la caracterización de su personaje, es visible que el resultado distrae y es insustancial para la cinta, un recurso contraproducente que pretende llevar de la mano a la audiencia sin espacios reales para la interpretación.

El trazo grueso. La brocha gorda. Si hablamos del contexto político actual y el auge de las derechas a lo largo del mundo, Bong tiene varias cosas que decir al respecto, surgiendo así el detestable, histriónico y ultrareligioso Kenneth Marshall. Personificado por Mark Ruffalo, el festival de -ismos (clasismo, fascismo, machismo) que representa el político a cargo de la exploración espacial no solo ejemplifica perfectamente lo excesivo del filme, sino también la falta de originalidad y gracia para adaptar un discurso que está en boca de todos. Incluso compartiendo la misma ideología que el director, el tratamiento recae en facilismos bruscos, demasiado evidentes para causar gracia o generar debates significativos. Al igual que sucedía en Okja, objetar posturas políticas es menos un proceso mental que un impulso burlesco, algo más emocional y reaccionario que, si bien acarrea consigo denuncias justas sobre los derechos inamovibles de la persona y lo inhumano del colonialismo, no propone más allá de eso.
Sobre temáticas existenciales, los cambios tonales entorpecen una de las interrogantes centrales del filme. “¿Qué se siente morir?”, pregunta el cast de secundarios a Mickey quien, sin explayarse demasiado, da a entender su malestar desde la mirada y el tono apagado de sus palabras. Entre quienes buscan entenderlo y humillarlo, lo mundano de dichas interacciones solo refuerza la visión empequeñecida de su propia mortalidad, de esa dignidad a la que él se siente ajeno. Citando una de las escenas más vergonzosas del filme, el personaje de Toni Collette responde histérica ante la idea de que Mickey sea asesinado sobre su alfombra, dando mayor valor al objeto que al humano delante de ella. Nuevamente se parte de una premisa interesante para llegar a la misma conclusión sobre las cúpulas de poder negligentes, escenarios donde el ingenio se va apagando hasta llegar al ridículo o el chiste fácil.

Lejos de ser una experiencia negativa en su totalidad, cabe aclarar que la misma es insuficiente. Siendo la redundancia su mayor pecado, ahí está Pattinson dándolo todo en su interpretación de ambos Mickeys. La sumisión del 17 y la rebeldía del 18, verlos en pantalla abre la puerta a interacciones que, guiadas por la relación de opuestos, parecen reflejar el conflicto interno de una persona subyugada, el miedo y las ansias de romper con el sistema, el lado pasivo e impulsivo propiamente dicho. Por lo demás, Naomi Ackie está correcta como interés romántico, una mujer fuerte que, sin demasiadas matices, mantiene la cinta en constante movimiento; Steve Yeun, algo desaprovechado. Asimismo, la obsesión de Bong por las criaturas en CGI (The Host, Okja) trae consigo a los Creepers, gusanos altamente inteligentes y habitantes de Niflheim, seres que funcionan como reflejo del propio Mickey al ser percibidos como inferiores, como amenazas que necesitan ser exterminadas, la ya mencionada crítica al colonialismo vista también en Avatar de James Cameron.
Habiendo esperado casi seis años para su regreso, decir que Mickey 17 es decepcionante parece ser lo más acertado, aunque, considerando lo inconsistente que es la filmografía de Bong, tampoco es tan sorpresivo. Obra menor, la aventura sci-fi de clones y planetas desconocidos es concisa con lo que quiere criticar, pero es al momento de hacerlo donde sus mayores defectos salen a la luz. Bien producida y de actuaciones sólidas, la literalidad se apodera de un relato que no necesitaba tanta palabrería para darse a entender, dígase, de una sátira estridente con poco que decir.
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