[Netflix] «Adolescencia»: la edad difícil en tiempo real


Todos usamos inocentes emojis en nuestros mensajes de texto en redes, pero… ¿puede suceder que estas simpáticas viñetas conduzcan a crímenes sangrientos entre adolescentes de familias comunes y corrientes?  ¡Y los padres sin sospechar nada! 

Adolescencia (2025) es la serie de Netflix que muestra el abismo generacional que se esconde bajo la apariencia de normalidad, tanto en casa como en internet. Dirigido por Philip Barantini, se trata de un thriller que mantiene y concentra el suspenso de manera permanente en cada uno de sus cuatro episodios.

Tiempo real imanta al público

Para ello, el director utiliza el plano secuencia de manera virtuosa; uno por cada capítulo. Virtuosa porque esta técnica audiovisual eventualmente puede resultar cansadora para el público, lo que no ocurre en Adolescencia. Al contrario, el televidente se queda casi encapsulado al interior de la acción y es llevado constantemente por ambientes y situaciones en una vorágine que no para hasta el final de cada episodio.

Para empezar, la cámara sigue a los personajes constantemente, es decir, que hay bastantes travellings (léase, mucha acción externa), pero también momentos en que la cámara se detiene y en los que hay calma física, pero que mentalmente son muy tensos y significativos (con algún grado de acción interna) para los personajes. 

Como sabemos, en el plano secuencia la cámara no se apaga sino hasta el final, es decir, no hay cortes ni empalmes entre planos separados o distintos. Sin embargo, esto no excluye que se sigan los principios del montaje. Por tanto, hay cambios de lugar y hasta de locación (léase, cambios de escena) marcados por la entrada y salida de personajes del encuadre; casi siempre con la cámara en movimiento.

Y si bien no hay edición, la cámara se acerca o aleja de los personajes o grupos, creando y combinando encuadres sucesivos de diferentes tamaños. Todo esto es altamente emocional, ya que la acción avanza aceleradamente (travellings), mientras los personajes y/o situaciones se nos acercan o alejan, modulando nuestros sentimientos de identificación o de rechazo con lo mostrado.

Mención especial la tienen los momentos en que ocurren situaciones fuera de campo (off stage), en los que la cámara se queda con los personajes mientras ocurren situaciones clave para el protagonista, fuera del encuadre. Así, en el primer episodio, vemos el rostro de Eddie Miller (Stephen Graham), el padre, mientras sucede una situación íntima para su hijo Jamie (Owen Cooper), lo que sugiere una primera “puerta” hacia el mundo interno de ambos.

Mientras que, en el tercer episodio, observamos la cara de la sicóloga Briony Ariston (Erin Doherty) mientras Eddie despliega sus inesperadas dotes manipulatorias y controladoras; en una espectacular escena en que el conflicto interno del protagonista se desarrolla con amplitud (mejor dicho, es extraído casi con grúa por Ariston). Este es un episodio notable en la miniserie por su apenas controlada intensidad sicológica.       

Todo lo cual es altamente emocional, como puede serlo cualquier otro buen thriller; solo que en Adolescencia ese factor se potencia por el plano secuencia. Ya el travelling genera la sensación de que el espectador acompaña la acción, creándose la ilusión de que participa en la misma. 

Pero el hecho de que no haya cortes –o sea, saltos de tiempo (elipsis)– establece que todo está ocurriendo en tiempo real. De esta forma, quedamos medio hipnotizados con la acción y no queremos perdernos nada de lo que sucede para “vivir” el momento (vía los procedimientos audiovisuales arriba mencionados). Y este el primer gran aporte cinematográfico de la miniserie. 

El thriller realista

El conjunto articulado de estos componentes audiovisuales se ha dosificado con una precisión casi perfecta, de tal forma que se evita todo subrayado exagerado o sobre énfasis. No hay ningún efectismo ni las persecuciones inverosímiles de tantos policiales de acción o comerciales. Sin embargo, como hemos descrito, el suspenso está presente casi todo el tiempo.

A la vez, los soportes emocionales están justificados, tanto dramática como artísticamente. La música, por ejemplo, es utilizada en el traslado del protagonista en el primer episodio para cubrir los tiempos muertos y mantener (y a la vez moderar) la tensión inicial. En otros momentos, su presencia es tan sutil que apenas añade un pequeño y casi inaudible toque de emoción, allí donde es necesario. 

Mientras que el coro y canción que cierra el segundo episodio, acompañando una espectacular panorámica con dron, el cual desciende hasta una breve escena de duelo, el que se siente como un gran respiro, luego de toda la agitación de la visita a la escuela y el entorno cuasi anárquico que allí se vive. Como digo, todo colocado en su justa medida, como para dar una impresión de realidad.

En tal sentido, quizá no sea una casualidad que la serie haya sido filmada principalmente en South Kirby, la tercera (pequeña) localidad más peligrosa de West Yorkshire y una de las cinco más peligrosas de esa región central de Inglaterra; con alta incidencia de delitos sexuales y violencia juvenil. Lo que complementa el enfoque realista del filme.

La desconexión intergeneracional

En consecuencia, la serie transcurre en una localidad pequeña y en pocas locaciones. El episodio inicial sucede en la vivienda de los Miller, una familia liderada por Eddie (un gasfitero local), su esposa Manda (Christine Tremarco) y sus hijos Lisa (Amélie Pease) y Jamie; así como en los interiores de una comisaría local y el traslado entre ambos lugares.

Aquí se presentan a los personajes principales y el crimen que casi siempre inicia los dramas policiales; así como a los secundarios de los dos primeros episodios: el detective Luke Bescombe (Ashley Walters) y su compañera, la detective Misha Frank (Faye Marsay) y el abogado defensor de oficio Paul Barlow (Mark Stanley). Los que cumplen con solvencia sus papeles.  

El segundo episodio transcurre en varios ambientes del colegio local y sus alrededores, en medio del bullicio de clases; pero también mostrando en diversos momentos el caos reinante (descontrol de los estudiantes y pérdida de autoridad de los docentes). La situación de este tipo de escuelas ha sido desarrollada ampliamente en la notable cinta alemana La sala de profesores, dirigida por İlker Çatak.

Se contextualiza también el crimen cometido, el que está relacionado con un grupo de “incels”, comunidad formada (en este caso) en Instagram e integrada por chicos de alrededor de 13 años que se sienten marginados de las chicas y de las relaciones sentimentales y sexuales; desarrollando tendencias misóginas y potencialmente violentas.

Al mismo tiempo, se evidencia que los códigos de redes sociales pueden tener un uso diferenciado y significados muy distintos para adolescentes que para adultos (especialmente, para los padres de familia). Este es uno de los puntos fuertes de la miniserie y el gancho que le está generando un alto impacto y sintonía.

Compresión y aceptación

El tercer episodio es el único que transcurre íntegramente en interiores, los de un centro de detención juvenil en el que está recluido el protagonista antes de su juicio. La escena principal muestra la conversación (o interrogatorio) de la sicóloga Briony Ariston a Jamie, de muy alta intensidad dramática. 

Se escenifica un duelo actoral de primer nivel, sobre todo por la notable interpretación de Owen Cooper en su debut ante cámaras, exhibiendo una variedad insospechada de recursos físicos y expresivos para mostrarnos al personaje en toda su complejidad síquica; contando con el apoyo de una Erin Doherty por momentos contenida y luego punzante, hasta un desenlace angustiado y descorazonador.

Debe mencionarse también el trabajo de cámara, la que realiza travellings semi circulares a los dos lados de la mesa para, luego, tomar alternativamente a ambos personajes. Lo que contribuye a crear un ambiente envolvente y concentrar la tensión durante la exploración sicológica de la personalidad del protagonista.

Ayuda también la breve salida que se toma la sicóloga para airearse (estratégicamente) y, de paso, oxigenar el espacio de toda la tensión acumulada durante la primera parte de la conversación; para, en la segunda parte, presionar ya puntualmente a Jamie. El antes citado encuadre off stage sirvió para equilibrar el face to face y modular magistralmente el desarrollo del encuentro.

También destaco la escena inicial de este episodio, entre la sicóloga y Victor (un Douglas Russell ligeramente ‘pastrulo’), el encargado de monitorear la seguridad del ambiente donde se desarrolla la sesión. El diálogo entre ambos muestra dos personalidades notoriamente diferentes y con actitudes distintas respecto al logro de la comprensión del comportamiento de los detenidos; así como su grado de compromiso y satisfacción con sus distintos trabajos.

De esta forma, por descarte, se puede entender al personaje de Ariston (en relación con los otros profesionales previos) y su metodología para llegar al objetivo. Al mismo tiempo, se evidencia todo el tiempo (siete meses después de los hechos) y el esfuerzo que cuesta entender si un adolescente como Jamie comprende lo que ha hecho y, posteriormente, lo acepte. Lo que vale también para los (posiblemente más difíciles) casos de adultos.  

El último episodio se desarrolla en la vivienda familiar y en traslados de ida y vuelta a unos almacenes de construcción por los Miller: Eddie, el padre, Manda, la madre y Lisa, la hija. Aquí se combinan las consecuencias para la familia (reacciones a favor o en contra de ellos, pero ambas totalmente irreales, de los lugareños), así como se evidencia que se trata de una familia convencional, común y corriente. 

No hay nada en ellos que pueda señalarse como causa u origen de lo ocurrido, que es trágico y tremendo. Pero la miniserie tampoco profundiza más en los temas del entorno social. Apenas tenemos el asunto de la desconexión generacional, expresada en términos de redes sociales, y las características de la personalidad de Jamie. Prácticamente nada más.

Ni siquiera se muestra el detalle el crimen ni de la víctima, solo sus consecuencias en los contextos que hemos señalado. Es decir, que corresponde a los espectadores sacar conclusiones de sus propios entornos sociales y familiares; ya que se mostrarán únicamente los sentimientos de culpa (pero ¿exactamente de qué o por qué?) y aceptación por parte de los padres del protagonista.     

En esta parte cabe resaltar la notable actuación de Stephen Graham (quien es también uno de los guionistas de la serie) como Eddie. Sus grandes momentos están en el primer y el cuarto episodios, en los que resulta convincente su interpretación en situaciones de shock, lucha y profunda amargura; para enfrentar luego esas mismas circunstancias, pero frente a sus vecinos y la comunidad.

Finalmente, un detalle bizarro ocurre en el segundo episodio, cuando el inspector Bascombe suelta un eructo en su vehículo y su compañera, Misha Frank se queja por el olor, en lo que parece haber sido un hecho real, ya que tiene poca relación con el flujo narrativo. No obstante, el incidente abona al enfoque realista y de tiempo real de la obra.

Otros plano secuencias

A nivel de miniseries, un uso efectivo e incluso artístico del plano secuencia lo encuentro en el sexto episodio de la notable La maldición de Hill House de Mike Flanagan, serie de terror que recomiendo, en el que se utiliza esta técnica para generar un ambiente de tensión e inmersión cuasi onírica, articulando pasado y presente mediante inquietantes transiciones fluidas durante un funeral; aunque a un tempo más lento que el usado en la obra de Barantini.

Mientras que en Monstruos: la historia de Kyle y Erick Menéndez, de Ryan Murphy, hay un episodio que se dedica exclusivamente al testimonio de Erick (Cooper Koch), en una entrevista; la que es un plano secuencia, aunque la cámara se mantiene fija a lo largo del mismo y apenas se produce un lento acercamiento (zoom) final. Aquí se escenifica una remarcable interpretación de Koch, equivalente a la de Cooper, pero sin el grado de tensión que se muestra en la serie que comentamos.   

En suma, Adolescencia es un thriller realista y muy intenso, que advierte sobre la criminalidad juvenil a partir de la desconexión entre padres e hijos adolescentes mediante códigos de las redes sociales que tienen significados muy distintos para jóvenes que para adultos; y que pueden conducir a la violencia criminal. 

Desde un punto de vista audiovisual, la miniserie utiliza de manera eficaz el plano secuencia y un conjunto de elementos del lenguaje audiovisual adicionales para generar en el televidente la sensación de estar involucrado en una vorágine emocional que trascurre en tiempo real. Altamente recomendable.


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