Escribe Benji Porras
En una sesión especial se proyectaron los cortometrajes finalistas del Festival Nacional de Cine Universitario – Unifest, que va por su segunda edición, y que recoge el trabajo de estudiantes de distintas universidades de todo el Perú. La participación constó de 22 equipos, elegidos tras presentar un film realizado dentro de un curso de su facultad. Luego de ser seleccionados, a cada equipo se le asignó un género, entre comedia, drama y thriller/terror, para realizar un cortometraje que, finalmente, entra en la competencia oficial.
(Imagen de portada: rodaje de la película Lázaro, de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga)
En sus distintos aspectos, la calidad es desigual. Tanto a nivel de guion, actuaciones y equipos de filmación. Sin embargo, a la mayoría los une un eje temático no impuesto por el festival: una mirada femenina. Quiero decir, relatos donde ciertos aspectos de la experiencia de ser mujer (violencia de género, maternidad, acoso sexual) se narran intentando superar la superficialidad de lo anecdótico. Y se hace especialmente reseñable cómo en el thriller se conjuga esta mirada, pues se apropia con absoluta naturalidad del género. Como ejemplos de esta temática en el thriller están los cortos Eva (Milagros Flores Abanto, Schooling Films), La invitada (Ingrid León, Universidad de Piura), Tranquila, no pasa nada (Valeria Salcedo Coello, Universidad de Lima) y Colmillo (Shirley Trinidad, Universidad Privada del Norte), realizados por mujeres, pero también Lázaro (Yojhan Huaraca, Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga) y Estática (Paulo Flores, Universidad Nacional de Ucayali), que tienen a directores hombres y protagonistas con perspectivas femeninas. En el caso de Lázaro, hablando de la muerte del padre, y en el de Estática, del acoso.
La conjugación de ambos elementos, la perspectiva femenina y el suspenso o terror (elementos sobrenaturales, asesinos, situaciones perturbadoras), no se circunscribe a este festival. La experiencia más reciente y masiva es La sustancia (Francia, 2024) de Coralie Fargeat, donde la presión por mantenerse joven siendo mujer deviene en la cuasi mutilación del cuerpo. O en Titane (Francia, 2021) de Julia Ducournau, en la que tras quedar embarazada de un auto y cometer una serie de asesinatos, la protagonista se hace pasar por el hijo perdido de un capitán de bomberos, pasando a integrar una nueva familia marcada por la competencia masculina. Y en un contexto más cercano encontramos Mi bestia (Colombia, 2024) de Carolina Beltrán, donde una adolescente empieza a experimentar la mirada cada vez más presente de los hombres en medio de la espera de un eclipse que anuncia la llegada del diablo.

Sentir miedo es algo propio de todo ser humano, pero cómo el temor, la amenaza y el acecho mismo es constitutivo del relato de ser mujer en un país como el Perú, no pasa por alto en estos trabajos. De hecho, en cortos de la muestra del género dramático también observamos el trazo del thriller/terror. Por ejemplo, en Maypim Kanki (Jeydi Ayala, UNMSM), donde la voz de una hija asesinada vuelve de forma onírica atormentando a la madre, así como el recuerdo del esposo golpeador en forma de una sombra espectral. En ese sentido, podríamos señalar que hay una experiencia compartida, la de ser mujer, que encuentra su voz en esta fórmula.
Pero algo igual de llamativo es cómo esta mirada está siendo adoptada por los realizadores varones -con menos elocuencia en algunos de casos, pero adoptada al fin. Sasa Kuyay (Diego Rengifo, Universidad Hermilio Valdizán de Huánuco), otro corto dramático con tintes de thriller, narra cómo una madre campesina busca salvar a su hijo de la muerte con rituales chamánicos y termina considerando matarlo por el estrés que supone cuidar a una persona con discapacidad.
Y abordando a los cortos mejor logrados, tenemos a Fragmentos (Alejandro Tumay y Luisangel Cartolín, Universidad Nacional de Tumbes), del género dramático, que muestra a una joven cuya misión impuesta por su pareja es la de ser madre. Tiene muy pocos diálogos y todo transcurre con elipsis espacio-temporales breves entre el mar y la orilla donde tienen su casa. El formato salta entre 4:3, 16:9 y 18:6 sin un correlato narrativo claro más que el de marcar un ritmo, en el que resulta efectivo. El corto tiene un final violento para una de las partes seguido de dos rituales, uno con el fuego y otro con el agua, en los que se instala una atmósfera paranormal.

No quiero dejar de mencionar a Susurro (Camila Gadea e Isabel Arquínigo, Universidad de San Martín de Porres), otro corto al que se le asignó el drama y nos muestra a una joven migrante cuidando a su padre con discapacidad en una casa en la que solo hay una cama. Existe una tensión entre el cariño por su padre y la aversión que le produce (que se presume debido a un abuso sexual). Tensión muy bien marcada por las tomas fijas y la mirada de los personajes que, aún en planos enteros, se apoderan del espacio. Hay un gran manejo de la composición y el montaje que nos introducen de forma atrapante en el corto. La escena final en la fosa logra un suspenso formidable que reviste de sentido al título y nos hace apreciar más la obra.
También merece ser mencionado Phuju (Kelvin Huanacuni, Universidad Nacional del Altiplano), que, si bien tiene casi en su totalidad personajes femeninos, no diría que se enuncia desde ese lugar. Phuju es muy efectivo como corto de terror, con composiciones efectivas y recursos prácticos y simbólicos que instauran una atmósfera envolvente. Narra los sucesos tras la muerte violenta de una joven en un pueblo de la sierra, cuya alma atormenta a su mejor amiga. Aunque el cortometraje emplea convenciones del género de terror, logra mantenerse fresco y original en su ejecución.

Estos cineastas jóvenes, sin conocerse y proviniendo de distintas ciudades del país, eligen conjugar la mirada femenina en sus obras. Existe un cambio desde la elección del protagonista respecto al año pasado. Tenemos 15 protagonistas mujeres frente a las cinco de la primera edición del festival. En esta ocasión solo encontraremos a hombres en el rol principal en los cortos de comedia, exceptuando Viral o nada (Universidad César Vallejo).
Esta incorporación de la perspectiva femenina como punto cardinal de la narración puede estar influenciada por una inclinación actual a responder a exigencias de mayor inclusión y la premiación de la diversidad en las narrativas. En ese caso, se corre el peligro de incorporar la mirada de forma superficial. Como una mera variación del género que no complejice la experiencia femenina, ni ahonde en sus contradicciones, volviendo a este elemento en un factor inoperante en las audiencias.
Pero también puede significar el indicio de un viraje en el imaginario de los cineastas más jóvenes. Podríamos, después de tanto anunciarlo y esperarlo, estar presenciando un cambio genuino en la perspectiva de las historias. Una ampliación de la “homo mensura” (concepto de Protágoras con el que señala que el conocimiento del mundo se ajusta a lo que el hombre percibe), en donde la mujer también pueda ser la medida de las cosas.
* Todos los cortometrajes pueden verse en el canal de YouTube del Unifest.
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