Escribe Giancarlo Fernández
Hay momentos en la vida en que deseamos haber tenido el conocimiento y experiencia actual en la época que éramos más jóvenes, condenando de alguna manera esa etapa a la que otras personas ansían volver, como si fuera una extraña paradoja generacional. Es quizás desde este punto que Paolo Sorrentino divaga espiritual y nostálgicamente en Parthenope, su nueva cinta que, más que un homenaje, es una nueva mirada a la ciudad célebre de su cine y vida, Nápoles, refugiándose a través de su protagonista que está “condenada” por su belleza e inteligencia en un espacio donde se siente estancada, pero también bendecida.
La imagen de la ciudad natal de Sorrentino ha sido invadida constantemente por un romanticismo a causa del turismo, la publicidad, la música y por supuesto el cine, donde el cineasta italiano tiene en parte culpa por su mirada casi mitológica de la ciudad. Es así que regresa nuevamente ya no solo con una exotización de sus vivencias y de su gente, sino con una reflexión sobre cómo, mientras pasa el tiempo, se degrada esta idealización de Nápoles donde lo bello queda como recuerdo.

Sorrentino observa a través de su protagonista (Celeste Dalla Porta) un ambiente glamoroso, estético y romántico de Nápoles, pero que esconde cierto cinismo y desprecio de algunos hacia la ciudad. Este paralelismo con Parthenope se presenta al ser encasillada como musa y objeto de deseo, pero sin reconocer su complejidad, quedando reducida a un objeto de contemplación.
Esta búsqueda de Parthenope por ser algo más que una imagen idealizada entra en conflicto con el estilo de Sorrentino, ya que mientras ella quiere crear una imagen más terrenal de sí misma a través de su inteligencia y personalidad, pareciera que el director la enfrenta con su característico estilo visual hipnotizante. En general, resulta una propuesta atípica, pero que pierde equilibrio al privilegiar su imagen como ícono de belleza sobre su desarrollo intelectual.
La más reciente película del director italiano intenta construir y acabar con el mito de sus protagonistas: Parthenope y Nápoles. Recurre a las reminiscencias melancólicas de la juventud, la belleza, la memoria y la intelectualidad donde entran en conflicto el deseo de trascender y la imposición social de una imagen idílica. Sorrentino revisita Nápoles no solo con su propuesta visual, sino que cuestiona estos ideales que ha construido con su propio cine. A través de su protagonista, la película plantea una paradoja inevitable: la lucha por definir una identidad propia en un mundo que insiste en fijarnos en una imagen. Y en ese choque entre lo que somos y lo que proyectamos, Parthenope encuentra su mayor acierto y, a la vez, su propia contradicción.
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