Aunque esta secuela me parece igual de magistral que la primera parte, hay algo en el film original que lo hace único. Tal vez sea el hecho de que, en algunas lecturas que se le pueden hacer, uno percibe el hito que fue para la historia del cine, siendo aplastante en ese sentido. Con la primera parte, Francis Ford Coppola le daba un final definitivo a una era e iniciaba otra que, si bien no es menos importante, reconocería sus complicaciones al momento de intentar alcanzar la grandeza de su antecesora. Por supuesto, al decir esto no pretendo minimizar en lo absoluto lo que esta secuela ofreció para el séptimo arte, ya que no en vano, cuando se habla de grandes continuaciones, este es uno de los primeros títulos que se nos vienen a la cabeza.
En un principio pensaba decir que, si algo hacía a esta película (entre enormes comillas) “menor” en comparación a la anterior, era el mero hecho de que solo se ciñe a continuar la historia. Sin embargo, esa afirmación resulta bastante básica. Es cierto que no alcanza, por muy poco, el estado totémico de la primera, y la verdad es que, al final, lo que a mi parecer hace que la otra me guste más es solo eso, porque fuera de lo que representa dentro del canon, como si ya no estuviera bastante bien establecida en este, es magistral como pocas. Si la primera terminaba con ese cierre de puertas donde el poder quedaba a cargo de unos pocos, ahora solo vemos el paso lógico que esa decisión tan abrupta terminaría causando: una lenta caída.

En esta secuela lo que vemos es a un Michael Corleone ebrio de poder. Su rostro poco expresivo, su lento caminar y hasta su postura encorvada demuestran que su transformación como líder está completa. Claro que, como era de esperarse, esta apariencia dista mucho de la de su padre, dado que su ascenso al poder no fue el mismo y los valores que ahora él representa tampoco son los mismos. Es con este cambio que Coppola da un primer paso hacia lo que sería su lento y doloroso proceso de alienación, demostrando que el cambio no solo es físico, sino también conductual: su accionar es igualmente más tosco, mirando a todos siempre por lo bajo, como si nadie estuviera a su nivel.
Dicho accionar, como era de esperarse, es lo que mueve la historia. Lo que antes se guiaba por la estrategia y lo que era mejor para una mayoría, pasó a ser ya por completo paranoia y ambición desmedida. De cierto modo, el cineasta da una continuación perfecta a lo que sería este poder tomado por manos nuevas, que, dado un entorno podrido, solo provocaría que todo se desmorone. Este cambio se evidencia muy bien cuando escuchamos a más de un personaje decir cómo es que antes se manejaba todo, hablando de un modo de ver la vida que ya casi no existe y que, cuando el fin les llega, este nunca avisa, porque incluso hasta para eso cualquier ápice de honor ha desaparecido.
En ese sentido, tener de forma paralela los orígenes de Vito Corleone resulta pertinente para dejar bien en claro las ideas de la cinta. Marcado por una tragedia en su lugar natal, con su llegada a Estados Unidos nota que quienes, como él, llegaron ahí acarrean los mismos males. Su ascenso al poder (que no deja de ser criminal, claro está) es uno que busca poner orden dentro de ese caos, no olvidando nunca que todo lo que hace es por el bien de los suyos. Sus acciones vistas en esta segunda parte son la representación de sus palabras en la primera, demostrando una coherencia en su actuar, traduciéndolas en enseñanzas que quiso pasarle a su hijo al ver que su plan de alejarlo de esa vida falló, creyendo que al menos seguiría correctamente el sendero que él trazó. Lamentablemente, ese tiempo que dijo que habría en su última charla nunca llegó.

Si El padrino II me parece una cinta formidable es por el complemento perfecto que resulta para la primera, incluso cuando esta aparentemente no lo necesitaba. El díptico es claro: el inicio y el final de todo (con referencia al Imperio Romano incluida, demostrando que su interés por abordarlo en Megalópolis siempre estuvo ahí), con una llegada al poder que reflejaba la realidad de toda una sociedad, la cual se fue perdiendo en un espiral de poder y vicios desmedidos. Esa América en la que se concebía como un lugar de cambio y oportunidades ya no existe, siendo solo un espacio donde quien mata antes triunfa, sin importar las repercusiones que eso cause.
He ahí la tragedia de Michael Corleone: olvidando por completo a su familia, pactando con la gente incorrecta y perdiendo todo propósito en el camino. No en vano, mientras su padre veía de niño desde una ventana una esperanza, él, también desde una ventana, luego de llevar a cabo el mayor de sus crímenes, no ve más que su propia imagen. Una sola y decadente imagen.
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