Antes de empezar, quiero aclarar que la versión de la tercera parte de la mítica saga que pude ver recientemente, gracias a su reestreno en pantalla grande, fue la reedición que Coppola hizo el 2020 a la que le dio el título de The Godfather Coda: The Death of Michael Corleone, y vaya que sí le hizo un gran favor a su obra, porque, aunque no alcance la grandeza de sus predecesoras, se acerca bastante. Dicho esto, vamos con mi opinión.
Siempre pensé que el mayor pecado de esta película fue simplemente no estar a la altura magistral de sus antecesoras. La vara era muy alta, y si además tenemos en cuenta que la segunda parte ya había ofrecido un cierre perfecto, era lógico suponer que Francis Ford Coppola no sabría exactamente qué más contar. Sin embargo, incluso con esas dudas, supo sacar adelante una continuación digna. Lo cierto es que esta tercera parte nunca me pareció una mala película. No niego que tenga algunas falencias, porque las tiene, pero siempre consideré que estaba muy lejos de ser el desastre que tanta gente clamaba que era. Y eso ya lo pensaba cuando vi la versión que existió desde su estreno. Ahora, con la nueva versión hecha por su director, todo mejora considerablemente.

Ya desde el título nuevo (que hace alusión al término musical de la coda) se nos anticipa lo que va a suceder, aunque no necesariamente del modo que uno esperaría. Nuevamente, el cierre perfecto estaba en la segunda parte. La historia de Michael Corleone ya tenía un final, y su muerte, en cierto sentido, ya había ocurrido: una muerte espiritual, marcada por la soledad y la contemplación de la destrucción de su familia y de sí mismo. De esta forma, esta tercera entrega funciona más como un gran epílogo. Vemos a Michael como una figura moribunda, buscando recuperar aquella vitalidad que le fue arrebatada por una vida dedicada al crimen. Y, como era de esperarse, ve en la Iglesia la oportunidad de redención.
Lamentablemente, como lo anuncia el primer plano de esta nueva versión, la institución que alguna vez fue sagrada ya está carcomida por el mismo poder perverso que Michael solía encarnar. Él lo comprende demasiado tarde. Lo que parecía una vía de escape era, en realidad, una trampa que lo arrastra de nuevo a ese mundo que tanto daño le causó. Ese es el punto de partida para entender por qué esta película resulta fascinante. El Michael frío y calculador del pasado ha desaparecido. Solo queda un hombre que, en el ocaso de su vida, intenta desesperadamente hacer lo correcto. Como consecuencia, aquellas cualidades oscuras que lo definían ya no se manifiestan con la misma intensidad. Aun cuando aparecen en momentos clave, se ven atenuadas por la conciencia de que, si vuelve a ser el de antes, perderá toda posibilidad de reconciliarse con su familia.

Las circunstancias en las que se encuentra lo colocan en una posición compleja, ya que, además de sus tratos con el Vaticano, debe lidiar con la llegada de su sobrino Vincent. Este personaje es, a mi parecer, fundamental en esta tragedia. Aunque técnicamente es un Corleone, no fue criado bajo los valores familiares. Si ya su padre había demostrado una actitud temeraria, Vincent lleva esa imprudencia aún más lejos. El error de Michael radica en no haberle inculcado los principios que alguna vez forjaron la familia. Cree, erróneamente, que puede acercarse a sus hijos y, al mismo tiempo, moldear a Vincent para que no distorsione el legado de Vito Corleone.
Así, asistimos a uno de los muchos pecados que se suman a la lista de Michael, quien, ya transformado, vive atormentado por los fantasmas de su pasado. No sabe cómo alejarlos. Eso se refleja en escenas magníficas como la de la confesión, en la que Coppola reduce al otrora poderoso Michael a una figura consumida por la culpa. Ni el perdón más piadoso podrá redimirlo. En ese momento, la película deja claro que la redención es imposible. Michael no tiene otra alternativa más que contemplar su inminente final. Es cierto que intenta reparar algunos lazos, como en el paseo por Sicilia con Kay, pero sus actos siguen demostrando que, en esencia, nada ha cambiado.
Por último, a pesar de que esta nueva versión El padrino III es excelente, no implica que se libre de una que otra imperfección. La trama sigue siendo algo enmarañada, lo que dificulta una conexión profunda con la historia. No tiene el mismo impacto ni la accesibilidad de las dos entregas anteriores. Además, aspectos como los romances, la integración de Vincent en la familia, o la ausencia notoria de Tom Hagen, son elementos que quizás Coppola debió trabajar mejor en el guion. Sin embargo, en términos de actuaciones, el elenco responde con solidez (Sofia Coppola es más ingenua que mala actriz), transmitiendo a la perfección una historia que refleja lo personal del director, siendo imposible obviar cómo Coppola reflexiona sobre los errores del pasado y lo que implica perder a seres queridos.

Más allá de esos reparos, esta nueva versión representa la mejora considerable de una cinta que ya de por sí era muy apreciable. No debe verse como el eslabón débil de la trilogía. Lo que hace bien, lo hace muy bien, ofreciendo un cierre alternativo a uno de los personajes más complejos del cine. Su muerte, otra vez, es una muerte del alma, convirtiéndose en un espectro solitario, condenado a vivir con los errores que cometió y no dejó de cometer. Como anuncian las últimas palabras de la cinta, esa será una verdad que nunca olvidará.
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