Lukas the Strange (Lukas nino) es una pequeña filigrana filmica, artefacto extraño -como adelanta su titulo- es la búsqueda de un padre por un hijo, es el cásting y la filmación de un película sobre esa búsqueda. Es también, la historia de un río que permite olvidar recuerdos, y los recuerdos recuperados del río, es una historia contada a tres voces, o a una sola -si se quiere- y es también el homenaje a un director particular. Todo eso a la vez, sin descomponerse, ni recargarse.
Luis López Carrasco es miembro del colectivo Los Hijos, grupo creador de esa gran película llamada Los materiales construida a base de las sobras técnicas de una grabación.
De manera similar, y ahora en solitario, López Carrasco examina el material rodado tras la fiesta y rebusca en los fotogramas velados o agujereados, en los toscos golpes de sonido de la banda de audio, en el azar que pueda surgir del procesado de la película. El disfrute sensorial no distingue materiales. La vitalidad de la fiesta ha dado paso a la minuciosidad del director…
“Hay un mea culpa en la película, sin duda. No me interesa tanto criticar la movida madrileña o la juventud de entonces, porque yo mismo no he movido el culo para nada. ¿Qué pasó con nosotros para que hayamos acabado como hemos acabado? Por un lado, nos hemos dejado llevar por todo tipo de inercias.
Por otro lado, buena parte de la respuesta tiene que ver con que la sociedad piensa que nos podemos convertir en demócratas en un día. Si tienes una dictadura de 40 años, eso no es así, para nada.”
La película del dúo Ben Rivers y Ben Russell contiene en su propio título la propuesta del filme: la búsqueda de una cierta iluminación, de una manera de ahuyentar la oscuridad. Los realizadores la buscan registrando tres espacios aparentemente disímiles: una comunidad eco-responsable en Estonia, un bosque en Finlandia y un concierto de black metal en Noruega.
Aunque estaba preparado para ver una cinta aburrida donde “no pasa nada”, me encontré con una grata sorpresa: una obra de arte. Una cinta que explora el cine como lenguaje, es decir, la combinación de imagen y sonido en movimiento en sí mismos, antes que proporcionar elementos narrativos que te enganchen a un relato. Aquí el gancho es otro, tiene que ver con una forma específica de aprender a sentir emociones. No en vano lo primero que se nos advierte en el filme es: no trates de entender esto, sino de sentirlo.
Las imágenes muestran una tendencia a los contrapicados sobre el firmamento, las copas de los árboles, los postes de luz en la noche, acompañados por efectos fotográficos de estrella, contraluces y tomas iridiscentes de un oscuro río amazónico.
El espacio entre las cosas (2013) no es un producto que pueda ser digerido fácilmente, esto incluso por el mismo intelectual. Primero, porque es un filme completamente atípico a la línea de la cartelera comercial que es, nos guste o no, la línea del consumo. Y segundo, porque lo intelectual, que es el tótem de la ciencia adquirida, postra también a este individuo en la ignorancia.
En teoría, es decir, fuera del plano inmediato o sensible, el filme de Raúl del Busto hasta cierto punto logra embaucar a cualquier espectador…
El espacio entre las cosas se propone como una película de código abierto a algo que teóricamente me parece muy sencillo pero que sonará exótico y hasta excéntrico o estimulante y cautivante y digno de probar, para muchos: una aventura pensada para los sentidos, una organización audiovisual de instrucciones eminentemente sensoriales, como una experiencia que confía en la esencia del cine: lo inmediato de la imagen, y su maravillosa multivalencia; y se juega a fondo por ella, entendiendo, mejor aún, sintiendo, que está siempre antes y por encima y es más rica que la operación intelectual, como si quisiera decirnos que la primera es más vasta y más plena (llámese intuición, percepción global o visión de conjunto), y que si la segunda completa sin duda a la primera, no debe invadir o usurpar su lugar.
“Nuestra propuesta es ofrecer al público una experiencia cinematográfica distinta. Recuperar la sala de cine como escenario de lo onírico, la sala de cine como puerta pública de ingreso hacia el mundo de los sueños. Es necesario que al menos una sala de cine esté dedicada a eso. Ya hemos quemado la idea aristotélica de inicio, medio y fin. Somos responsables por construir y erigir los arquetipos.
¿Por qué no cambiar de rumbo? ¿Por qué no acercarnos un poco al inconsciente?”
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