Dir. Lisandro Alonso | 63 min. | Argentina – Francia – Holanda
Intérpretes:
Argentino Vargas (Argentino)
Misael Saavedra (Misael)
Carlos Landini
Jorge Franceschelli
Rosa Martinez
Estreno en Perú: 5 de agosto del 2006 (10º Festival ElCine)
En poco más de una hora de duración, Fantasma irrita y hastía. Y no porque se trate de una propuesta exigente, en las antípodas de lo que vemos hasta el hartazgo en el cine latinoamericano, sino porque revela la actitud autocomplaciente de un director que se mira el ombligo, como regodeándose en su estilo. Ojalá sea solo un traspié.
Lisandro Alonso reúne a los protagonistas de sus anteriores largometrajes La libertad (Misael Saavedra) y Los muertos (Argentino Vargas), para que ambos recorran las instalaciones del teatro San Martín de Buenos Aires donde se va a proyectar precisamente Los muertos. Fantasma es un registro de esa experiencia, pero también una suerte de epílogo de este díptico que ha consagrado a su realizador en varios festivales internacionales.
La premisa es sugerente: dos personas ajenas a la urbe se extravían en los recovecos de un edificio que representa a la “cultura oficial” como si fueran citadinos que se hubieran perdido en medio de un paraje que desconocen y exploran por primera vez. Sin guión ni historia que contar, una cámara impasible registra, en base al uso de la panorámica y el plano general, el deambular de estos personajes a quienes se suman luego el boletero, el acomodador y la empleada administrativa de la sala de proyección.
Hace dos años Los muertos desconcertó, indignó y arrancó tanto elogios de los críticos como bostezos en el público del Festival ElCine por su propuesta sumamente hermética y contemplativa, pero que destilaba discreción, espíritu de riesgo y honestidad artística. Es una pena que todas esas cualidades se desvanezcan ante la visón de Fantasma, un filme anodino y plúmbeo, carente de espesor y misterio, en el que el afán experimental de su realizador por trasmitir la sensación de no-pertenencia de sus actores no se concreta nunca en la pantalla, aunque recurra a prolongados fundidos en negro o a la estruendosa música de Flormaleva.
En poco más de una hora de duración, Fantasma irrita y hastía. Y no porque se trate de una propuesta exigente, en las antípodas de lo que vemos hasta el hartazgo en el cine latinoamericano, sino porque revela la actitud autocomplaciente de un director que se mira el ombligo, como regodeándose en su estilo. Ojalá sea solo un traspié.
Rodrigo Portales
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