Festival de Lima 2010: Carancho


Carancho, la representante argentina menos atípica en el festival limeño, es una película de oficio, de manejo de convenciones del film noir y el romance maldito, de personajes límite, inescrupulosos y atormentados que llevan como mote el nombre de un ave rapaz, acechan precisamente como buitres y pelean como gallos, que al mismo tiempo elucubran y huyen hacia adelante, siempre actúan al filo de la navaja y de manera inevitable cruzan la frontera que separa la sobrevivencia precaria de la segura autodestrucción.

Pablo Trapero se apoya en dos intérpretes notables, Ricardo Darín y Martina Gusman, intensos y muy expresivos, para (des)encarrilar esta historia de simulacros y trancazos alrededor del cobro de indemnizaciones por los accidentes de tránsito, una de las mayores causales contemporáneas de mortandad, en el Perú, Argentina y muchas otras partes. Pero en Carancho no sólo se muere por la impronta de los fierros retorcidos o las carrocerías aplastantes, ya que la colisión de los intereses y los hilos de la corrupción empuja al enfrentamiento criminal.

Hay un buen ritmo, sobra el timing y la atmósfera lograda en las locaciones–mataderos: pistas, ambulancias, salas de hospital, oficinas de abogánsters, provistas de oscuridad y rojo abundante. Trapero enfatiza la descomposición de los cuerpos, entre fracturas, hemorragias, costuras, cicatrices, reanimaciones, (des)fallecimientos, que en la pareja amorosa se convierten en pautas del maquillaje y medidas de la locura y el martirologio por un utópico futuro. Pero un elemento no funciona muy bien. Es el cambio repentino de Luján (Gusman), que parecía razonable y centrada por su reacción ante las funestas consecuencias de un atropello amañado por la codicia de Sosa (Darín) y su desafortunado cómplice. Luego de un paréntesis en la relación, ella se contagia de la temeridad y abraza el peligro cual anillo conyugal y estilo de vida. Ese giro no deja de ser grueso y encuentra escasa verosimilitud, quedando como la decisión del realizador de mandar a su dupla protagónica, sin escalas, a un trayecto de permanentes luces verdes y frenos vaciados, a un destino luctuoso a la usanza de Bonnie y Clyde o Sólo se vive una vez, salvando todas las distancias y diferencias. Y otra discutible determinación es el final, un tartamudeo del guión, un tic de la puesta en escena.


Una respuesta

  1. Avatar de
    Anónimo

    excelente película. los dos me encantan. me gustó mucho la peli.

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