«El Principito» o por qué soy de mi infancia


Acabo de salir del cine de ver El Principito (2015), adaptación de uno de los mejores libros para niños jamás escritos, de aquel aviador con alma de niño que fue Antoine de Saint-Exupéry. Es una película que recomiendo a la población en general de este planeta, tengan niños o no, hayan leído el libro o no, vivan en el asteroide espiritual que vivan. Les aseguro que saldrán emocionados y con el alma tocada por el recuerdo de su infancia. Todo esto si es que aún guardan un poco el alma de niño, de lo contrario no sé qué pueden sentir.

Pero no solo saldrán con el alma tocada por el recuerdo de un tiempo pasado. Esta es una adaptación lúcida e inteligente de «El Principito», que revisita la obra clásica para releerla desde nuestros tiempos, desde nuestro mundo “moderno” en el cual ya El Principito ha sido olvidado y El Principito ha olvidado que fue niño alguna vez.

Es una película que parte de un mundo deshumanizado y frío, donde lo único que importa es la súper producción, el dinero, el “progreso”, el “éxito”, donde los niños son entrenados desde muy chicos para ser parte de este engranaje monstruoso creado por el capitalismo para convertirnos en esclavos, en máquinas, que solo se mueven para enriquecer a un ser sin rostro que es el dueño de la “corporación” para la cual estamos trabajando. Es un mundo donde ya ni siquiera hay estrellas, porque todas estas han sido encerradas para que no quede ningún soñador en este mundo que divague en vez de producir. Esta pesadilla es efectivamente nuestro mundo actual, donde la gente ha olvidado lo que son los afectos, donde estamos a años luz de nuestra infancia, donde ya nadie recuerda que “sólo se ve bien con el corazón”, ya que “lo esencial es invisible a los ojos”.

Y con esta idea es que se construye todo el mundo de esta hermosa película, en la que el libro de Saint-Exupéry es traído a nuestro mundo a modo de último mensaje de salvación para la humanidad. Y así, tenemos entonces a la niña protagonista que es una víctima de este mundo deshumanizado hasta que un día se muda a un nuevo vecindario y encuentra de vecino a un viejito que es nada más y nada menos que el mismo Saint-Exupéry. Con él, nuestra protagonista no sólo empieza a tener una verdadera infancia de juegos y colores y sueños e imaginación, sino que también conoce la historia escrita por este viejito, la historia de «El Principito».

Es luego que la ficción dentro de la ficción se confunden y se unen para poder salvar a la niña de la frialdad de su mundo, y luego para salvar al mismo Saint-Exupéry. Es en esta última etapa de la aventura que nuestra niña protagonista llega finalmente a encontrar al verdadero Principito, ya mayor, fracasado, que ha olvidado que alguna vez fue niño y se encuentra perdido en un planeta nuevo, uno que no está en el libro pero que es una suma de los personajes que sí lo están, pero son los personajes habiendo tomado posesión del mundo finalmente, donde solo reina la avaricia, el ansia de poder, el ansia de riqueza material y donde las almas de niños son entrenadas para que se conviertan en adultos “productivos” e “imprescindibles” para la máquina capitalista lo más pronto posible.

Ésta es una gran adaptación a nivel plástico, estético y de contenido. El desierto donde se encuentran los personajes, aquellos planetas pequeños donde El Principito conoce a su rosa, al zorro, a los baobabs y a todos los personajes que alguna vez conocimos a través de este maravilloso libro, están todos ahí, en una animación con aire de nostalgia, de un pasado mejor, con colores cálidos en el mundo de los niños y aquel de la imaginación, y colores fríos en el mundo de los adultos, esos adultos horribles que han olvidado cómo vivir y ser felices.

Porque de eso trata finalmente el libro original de Saint-Exupéry y este es el espíritu que también anima a la película: la búsqueda y el secreto de la felicidad está en nunca dejar de ser niño, a pesar de que tal vez vivas en soledad como aquel viejecito, o tal vez vivas en un planeta muy pequeño donde solo hay espacio para ti, tu rosa, un amigo y una puesta de sol cada hora. Por eso es necesario ir a verla, para que nos hagan recordar esta filosofía básica de la existencia, para reconocernos en nuestros errores como sociedad y para finalmente tomar decisiones que nos puedan hacer sentir felices nuevamente si es que no lo somos. A todos aquellos que tienen hijos o sobrinos y que incluso tal vez ni conozcan el libro, tal vez es momento de llevarlos al cine y luego ir a una librería y comprarles el libro. Tal vez sea una de las mejores enseñanzas que pueden darles.

Y algunos seguro saldrán llorando, sí, como yo esta noche, recordando por qué fue que leíste tantas veces «El Principito» de niña y luego de adolescente y también de adulta. Y pensando que también conociste ese desierto donde se perdió Saint Exupéry para jamás volver, casi como para evitar ver el mundo destruirse más de lo que ya se había destruido en aquella época de guerra que le tocó vivir. Ahí está él, esperando aún al Principito y aquí estoy yo recordando aquel lugar donde apareció y luego desapareció aquel niño de cabellos de oro y bufanda al viento, aquel lugar que es “el más bello y triste paisaje del mundo”. Así, como el desierto, bello y triste, así es esta película, y así como Saint-Exupéry, yo también soy de mi infancia.

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