Premios Oscar 2019: Un balance cercano a la decepción


La ceremonia de premiación del domingo 24 de febrero fue previsible, breve, tuvo más audiencia televisiva que el año pasado y su anfitrión no se hizo extrañar. Lo que sí sorprendió fue la premiación en la categoría principal, «Green Book» una película sobre cuya medianía casi toda la crítica concuerda. La fórmula para contar los votos de la Academia se parece mucho a la cifra repartidora congresal, aunque la película de Peter Farrelly sea mucho menos mala que Fuerza Popular.

Ausencias en la cartelera peruana

Como es costumbre, enero, febrero y marzo suelen ser los mejores meses para la cartelera comercial peruana, puesto que las diferentes premiaciones anuales, especialmente el Oscar, empujan a las distribuidoras nacionales a programar buena parte de las películas en competencia. Este año ha sido especialmente generoso en ese sentido. Por ejemplo, casi todas las películas nominadas en los principales rubros del Oscar (mejor película, mejor director, mejor actriz y actor, mejor guion) han sido estrenadas en las salas comerciales del país.

Las excepciones han sido la polaca “Cold War” (que se estrenó en el circuito independiente), “La balada de Buster Scruggs” (aunque está disponible en Netflix), “¿Podrás perdonarme algún día?”, “El blues de Beale Street”, y “El reverendo”, las tres últimas sin fecha de estreno en Perú. Ojalá que el Oscar ganado por Regina King anime el estreno de “If Beale Street Could Talk”.

Por eso sigue siendo una lástima que el Estado no encuentre (o no busque) todavía la fórmula para promover un nuevo público y que películas notables como la libanesa “Cafarnaúm”, la polaca “Cold War”, la alemana “La sombra del pasado”, o la japonesa “Un asunto de familia”, todas ellas nominadas en la categoría de mejor película extranjera, no encuentren salas y posiblemente espectadores.

En peor situación se encuentran los documentales, sobre los que nuestro país carece casi por completo de una cultura de consumo, a pesar de su enorme potencial para transmitir mensajes importantes para la convivencia y el fortalecimiento de lazos culturales, sociales y políticos. Pienso, por ejemplo, en el notable documental “RBG”, de Betsy West y Julie Cohen, sobre la justice Ruth Bader Ginsburg, la jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos de América, que a sus 86 años sigue siendo una importante pieza del avance de las ideas liberales en ese país y, en consecuencia, en el mundo. O “Free Solo”, el documental ganador de la estatuilla, que solo tuvo dos funciones en el CCPUCP [N.E. Una de ellas inexplicablemente fue justamente durante la transmisión de los Oscar].

«Free Solo» se llevó el merecido Oscar a Mejor Documental.

Ausencias y presencias en el palmarés

El complejo proceso que lleva a la selección de nominaciones y premiados no solo puede generar algunas graves ausencias o decepcionantes presencias, sino producir decepcionantes premiaciones, como varias del domingo. En primer lugar, solo pueden participar obras estrenadas en Los Angeles, California, entre el 1 de enero y diciembre del año anterior a la premiación (a excepción de las que compiten en el rubro de mejor película de habla no inglesa). Esta regla debe ser cumplida incluso por las producciones de Netflix, el gigante del streaming, que en poco tiempo ha logrado hacerse con la película más nominada del año (“Roma”) y de poner una de los hermanos Cohen (“La balada de Buster Scruggs”) a competir en el difícil rubro de mejor guion adaptado.

Asimismo, son los propios estudios los que deciden qué candidatos y en qué rubros presentarlos ante la Junta de Gobernadores de la Academia que luego los somete a la votación de los casi 8,000 miembros, cada uno de los cuales puede escoger cinco candidaturas en orden de preferencia solo en la categoría de la que forma parte (actores por actores, directores por directores y así) y en la de mejor película, la única en la que todos pueden participar. Luego de la aplicación de fórmulas estadísticas y de que una empresa especializada audita el proceso, se anuncia a los candidatos finales un mes antes de la ceremonia y se les somete a una nueva elección que finalmente determina quiénes recibirán la estatuilla. Y dado que la fórmula privilegia el consenso, pueden ocurrir cosas tan absurdas como que “Crash” (2003) o “Shakespeare in Love” (1998) o “Green Book” se queden con el premio.

Esto significa que por su propia naturaleza el Oscar tiene un corsé que limita su amplitud de miras, aunado al hecho de que depende de la opinión de una mayoría normalmente atada a influencias extracinematográficas (de lo políticamente correcto o incorrecto, del marketing, los regalos, de los prejuicios raciales, sexistas y de todo tipo, o de votar sin haber visto las películas). Sin embargo, en no pocas ocasiones la Academia ha tenido grandes aciertos, por lo que sigue siendo un referente (el más extendido y el de mayor fama) para acercarnos a un cine de calidad. Toca a cada uno formarnos nuestro propio criterio y discernir entre aquello que nos conmueve y aquello que solo termina siendo un fuego de puro artificio.

Algunas ausencias notorias hubo. Destacan entre ellas “Hereditary”, que no logró ninguna nominación, ni siquiera en la sección de mejor actriz, en la que nadie habría objetado la presencia de la experimentada Toni Collete. La Academia sigue tratando al terror como un género de segunda categoría, al igual que suele hacerlo con la comedia. Extrañamente también fueron completamente ignoradas “Beautiful Boy” y “Boy Erased”, dedicadas a dos personajes jóvenes que enfrentan problemas diferentes, pero sustancialmente igual de difíciles y profundos: la drogadicción y la aceptación de la homosexualidad, respectivamente. Llama la atención que esta vez las pulcras y potentes actuaciones de Timothée Chalamet y Steve Carrel (en la primera) y de Lucas Edges (en la segunda) no hayan formado parte de las nominaciones y vaya que, sobre todo, Chalamet, lo merecía. Sorprende aún más que Ethan Hawke no haya sido nominado por “El reverendo”, quizá la mejor performance de su carrera (y eso es mucho decir si nos referimos a un actor notable como él) y que esta película, que trata de modo convincente las dudas de fe de un sacerdote no haya sido seleccionada en otras secciones y solo se haya quedado en la de mejor guion original y, peor, sin éxito.

«First Reformed», de Paul Schrader, merecía todos los premios, sobre todo su protagonista, Ethan Hawke.

La crítica especializada también ha resentido la ausencia de “First Man” de Damien Chazelle, en las categorías importantes, en especial en la de mejor actriz de reparto, en la que Claire Foy logra gran altura, así como la de “Wildlife”, ópera prima de Paul Dano, adaptación de una novela de Richard Ford, con Jake Gyllenhaal, Carey Mulligan y Ed Oxenbould recreando una crisis matrimonial que se expresa hasta en las cosas aparentemente más domésticas. Otra ausencia importante es la de “Burning”, película surcoreana, un thriller de casi perfecta construcción y ritmo, basado en un cuento de Harumi Murakami difícil de llevar a la pantalla, cuya ausencia en la categoría de mejor película extranjera ha decepcionado a muchos.

Pero el mayor ruido en el palmarés lo producen las diez (¡diez!) nominaciones de “Roma”, en lo que parece una equivocada forma que ha encontrado Hollywood para disculparse con México y con Latinoamérica por los exabruptos del presidente Trump, y por esa absurda idea de construir un muro que a la larga solo le servirá a ese país como estigma. Eso y la millonaria campaña con la que Netflix pretende seguir abriéndose trocha en el negocio a través del prestigio del Oscar, objetivo por el cual no ha dudado en invertir cerca de 30 millones de dólares en promocionarla sobre una película en cuya producción apenas invirtió 15. La buena noticia para algunos es que, salvo en mejor director y mejor fotografía, los premios de las categorías importantes le fueron esquivos.

Los ganadores que hubiésemos querido ver

Mejor actor de reparto

Alguna magia une a Mahershala Ali (estadounidense, 45) con la Academia. Es un buen actor, por ratos hasta notable, pero los dos Oscar que ha ganado, en 2017 y ahora, se basan en trabajos bastante inferiores a los de sus conominados. Casi con seguridad fue el más flojo de este año, pero eso le fue suficiente para dejar sin reconocimiento a alguien como Richard E. Grant (británico, 61 años), Jack Hock, en “¿Podrás perdonarme algún día?” (“Can you ever forgive me?”), artista frustrado, un solitario, drogadicto, homosexual, estafador, amigo y cómplice de la protagonista. En su primera nominación, este actor con más de treinta años de trayectoria en el cine y la televisión inglesa construye un personaje que logra transmitir soledad, desolación y esa agonía entre dolorosa y festiva de los que se saben perdidos, pero quieren seguir viviendo a toda costa. Como en “La dama de hierro” (2010), su aporte ha sido fundamental para darle solidez a la historia y a la actriz principal.

Nuestra segunda opción era Sam Elliot (estadounidense, 71), Bobby, hermano del protagonista, en “Nace una estrella” (“A Star is Born”), el más veterano, aunque de irregular carrera. Su personaje, importante para entender al protagonista, está revestido de una conjugación de ternura, frustración y rencor muy bien trabajada. Adam Driver (estadounidense, 35 años), el más joven de la lista, tuvo a cargo un papel rayando entre lo cómico y lo serio, un tono muy adecuado para la narración. Si su papel de Flip Zimmerman en “BlacKkKlansman”, un policía blanco que ayuda a su colega negro a infiltrase en el Ku Klux Klan, le hubiese significado el Oscar, pocos lo hubieran objetado.

Sam Rockwell (estadounidense, 50 años), un sorprendente y divertido George W. Bush, en “Vice”), era una opción menor, pero aun así nos parecía mejor que Ali. No es poco darle verosimilitud dramática (desde la ironía, el sarcasmo, no importa eso) a un personaje sobre el que hay tanto prejuicio y animadversión.

Mejor actriz de reparto

No podemos comentar el caso de Regina King (“If Beale street could talk”) porque no tuvimos acceso a ese filme ni siquiera a través del circuito alternativo. De lo que vimos nos quedábamos con Emma Stone (estadounidense, 30 años), una de las actrices más completas de su generación, que ya ganó un Oscar en 2017, inmerecido a nuestro parecer, por su protagónico de “La La Land”. En su tercera nominación logra en “La favorita” un personaje con mayor peso, matices y credibilidad, y acierta en su mezcla de sensualidad, maldad, ternura y búsqueda de redención. En su mismo nivel, Rachel Weisz (británica, 48 años), Oscar 2006, su compañera de reparto, era mi segunda opción. Su papel de Sarah Churchill, una noble madura, esposa del general que dirige el ejército en la guerra contra Francia, y gobernante en la sombra, que de repente se ve forzada a luchar contra Abigail, una cortesana joven, pobre y arribista, por el favor de la reina Ana, es digno de ver. Su presencia genera el balance necesario para darle forma a una historia que puede ir desde el drama hasta la comedia, pasando por lo grotesco, para darle forma a una pintura histórica e íntima de la flema inglesa del siglo XVIII, en la que el sexo, la diferencia de clases, la hipocresía y el libertinaje configuran el alma de la clase gobernante de un país.

Amy Adams (estadounidense-italiana, 44 años) obtuvo su sexta nominación, sin ningún triunfo, y ya mismo empata a Glenn Close en ese triste e inmerecido récord. Si bien esta vez su papel está muy bien trabajado y logra darle a su personaje, la esposa del vicepresidente Cheney, una verosímil aura de típica mujer norteamericana conservadora, con intereses políticos marcados, su principal obstáculo fueron los grandes papeles contra los que competía. Seguimos creyendo que su mejor trabajo, y por el que debió ganar el Oscar en 2009, lo tuvo en “La duda”, donde con apenas 29 años supo estar a la altura de Meryl Streep, algo que muy pocas y pocos pueden decir.

Creemos que la nominación de Marina de Tavira no llega a ser un exceso de la Academia, pero está cerca de serlo.

Mejor actor

Consideramos que Christian Bale (británico, 45 años) les lleva varios cuerpos de ventaja a sus competidores. No porque volvió a poner al límite su salud para ganar peso —eso es lo de menos— para parecerse lo más posible al exvicepresidente Dick Cheney en “Vice” sino porque ese cambio corporal estuvo acompañado de una mimetización con el personaje que muy pocos pueden lograr, como Gary Oldman, en “Darkest Hour”, ganador del año pasado, o Meryl Streep en “La dama de hierro”, ganadora del Oscar en 2011.

El Vincent Van Gogh de Willem Dafoe en “A las puertas de la eternidad” (“At Eternity’s Gate”) era mi segunda opción. Es sorprendente que un actor de 63 años haya podido interpretar sin caer en el absurdo y, por el contrario, dando una clase magistral de actuación, a un hombre de 36. Su trayectoria y el hecho de que esta era su cuarta nominación habrían sido suficientes para brindarle un reconocimiento merecido que seguirá pendiente.

Viggo Mortensen (estadounidense, 60 años) demostró nuevamente que es tan buen actor que puede levantar por sí mismo un guion flojo como el de “Green Book”. Bradley Cooper (estadounidense, 44 años) también fue solvente y sus tres nominaciones previas, todas ellas consecutivas entre 2012 y 2015, dan fe de ello. Su papel en “Nace una estrella”, de la que también es director y guionista, y por las que también está nominado, lo ponen en un sitial privilegiado en Hollywood, aunque siga sin premio.

Ramy Malek (estadounidense, 37 años), es el más joven del grupo y el que finalmente ganó, también es el de menos virtudes actorales, al menos como Freddie Mercury. Ganó porque “Bohemian Rhapsody” es (y sigue siendo) un tanque en la taquilla. Nos parece uno de los premios más inmerecidos de la noche y da el mensaje de que para lograr una buena actuación basta con imitar movimientos y hacer playback. No es que no lo haga bien sino que lo que nos presenta está muy lejos de un Mercury creíble, que conmueva o que emocione. El escándalo es mayor porque le quita el Oscar a Bale y eso tarde o temprano pasará a la historia como una de las más grandes injusticias de la Academia, si algo como eso existe.

Mejor actriz

Glenn Close (estadounidense, 71 años), nominada por séptima vez, en esta ocasión por su papel de Joan Castleman en “La buena esposa” (“The Wife”), no necesita del Oscar para ser considerada una de las mejores de su generación y, junto con Meryl Streep, una leyenda viva. Lo que ha hecho en esa película no nos sorprende, puesto que su personaje, la esposa eclipsada de un reciente ganador del Premio Nobel de Literatura, tiene lo mejor de ella: una sutileza impresionante capaz de decir muchísimo más que los parlamentos más bellos, como ya lo había demostrado en 2011 en “Albert Nobbs”. Con una de las más brillantes carreras de los últimos cuarenta años, hace mucho Close ya está en posición de no necesitar el Oscar sino ser necesitada por este para recuperar un poco del prestigio que cada año pierde al resistírsele.

Sin embargo, nadie podría objetar que la ganadora haya sido Olivia Colman (británica, 45 años), igual de brillante que Close, en “La favorita”. En las antípodas de la performance de su competidora mayor, la reina Ana de Colman está construida a partir del exceso, muy afín en una historia que pendula entre extremos y que prueba que a veces la comedia es el mejor vehículo para contar una tragedia. Pasará a la historia como uno de los personajes femeninos más sofisticados de este siglo.

Melissa McCarthy (estadounidense, 48 años) tiene una larga trayectoria en la comedia, género en el que ha demostrado grandes y variados registros, y por la que mereció su primera nominación (“La boda de mi mejor amiga”, en 2012). Esta vez, desde el drama, debe su segunda nominación a su conmovedora transformación en una escritora cercana a los cincuenta, en bancarrota, sin trabajo y sola, que encuentra en la falsificación de cartas de personajes famosos una forma de ganarse de la vida y de expresar su arte, menospreciado por el mercado.

Yalitza Aparicio (México, 25 años) tiene una historia sorprendente digna del sueño americano: ha sido nominada entre grandes siendo apenas una principiante y sin haber tenido relación alguna con el cine antes de encarnar a Cleo en “Roma” de Alfonso Cuarón. Como hemos sostenido en este mismo espacio, su presencia es lo más destacado de ese largometraje, que en gran parte le debe su éxito a esa naturalidad que solo alguien como Aparicio podía imprimir y que —siempre a nuestro parecer, que sabemos discutible— salva a la obra del desbarrancadero frente a un preciosismo exagerado y a ratos gratuito en el que pretende sumergirnos (contra nuestra voluntad, ese el gran problema) el director.

Lady Gaga (estadounidense, 32 años), Ally en “Nace una estrella”, vuelve a demostrar que es una gran cantante y que con sus naturales y obvias diferencias podría estar a la altura de Barbra Streisand, cantante legenderia, presente en la gala, que ganó el Oscar a mejor canción por la versión de esta misma película hecha el 1976. Era casi seguro que a Lady Gaga le pasara lo mismo que a Streissand: ganar en la categoría de mejor canción (por “Shallow”) y perder como mejor actriz, puesto que el Oscar es un merecimiento todavía muy lejano, no tanto por su propia performance, que a pesar de ser débil, cumple, sino porque la valla que le han puesto sus competidoras era demasiado alta.

Mejor película

No encontramos una obra maestra este año, aunque destacan nítidamente “Vice”, de Adam McKay, y “La favorita”, de Yorgos Lanthimos, cualquiera de las cuales merecía el Oscar. La primera por su ritmo, su tono, su tema, y la agudeza de Bale, que sabe acompañar muy bien el reparto. La segunda es una magnífica pieza de artificio que se deja disfrutar, muy cercano al teatro, pero a la vez revestida de las mejores herramientas del cine. El trío de actrices al frente es de lo mejor que se ha juntado en los últimos años y la reina Ana de Olivia Colman puede ser disfrutada, incluso si se le mira en escenas separadas.

“Nace una estrella” tiene un guion muy bien trabajado, y su director, guionista y actor principal, Bradley Cooper ha sabido lograr un equilibrio entre su notable banda sonora y el ritmo narrativo del encuentro entre dos personas con grandes vacíos que luchan por acompañarse. Posiblemente se convierta en una cinta de culto del género romántico. Su soundtrack también envejecerá lentamente.

«BlacKkKlansman», de Spike Lee es potente, a ratos magnífica, pero le termina ganando su mensaje explícito antirracista que perjudica la contundencia de su narración. Lo mismo pasa con “Green Book”, de Peter Farrelly, que hubiese perdido por completo el rumbo si no fuese por la experiencia de Ali y, sobre todo, por el enorme talento de Mortensen. Que haya ganado es una demostración de que algo se anda descaminando en la evaluación de la Academia y que esta haría bien en replantear su sistema de premiación en esta categoría. Volver a la nominación por quinteto, o cambiar la fórmula de asignación de porcentaje podrían ser opciones a evaluar.

Sin el exceso de belleza que tiene “Roma” sería una gran película. A pesar de que son divertidas y técnicamente impresionantes, «Bohemian Rhapsody» y «Black Panther» no dejan de ser fórmula y taquilla. La primera, sobre todo, debería ser olvidada pronto y ni siquiera su soundtrack debiera sobrevivirla, pues quién querría escuchar a un imitador de American Idol cuando puede escuchar el mismo Mercury. La segunda tiene a su favor estar inserta en un mundo, el de Marvel, que parece recién estar viviendo la segunda de sus posiblemente inagotables reinvenciones.

Mejor director

Pienso que Yorgos Lanthimos merecía largamente el Oscar. Lo mejor de “La favorita” es su textura visual, que narra gran parte de la historia: el uso de los espacios, a veces como cárcel y a veces como refugio, el gran angular utilizado para expresar desolación, soledad, exceso, las tomas panorámicas de espacios abiertos para expresar magnificencia o inmensidad, el recorrido a través del palacio, lleno de claroscuros naturales, para acentuar la tristeza o pusilanimidad, el recorrido de las actrices caminando con una vela a través de la penumbra, como si flotaran en un negro vacío. Todo ello, que en otros sería innecesario o meramente artificioso, en Lanthimos aparece como preciso y adecuado para darle fluidez a la historia y para acentuar los distintos mensajes que se pretende transmitir.

Pavel Pawlikowski brinda en “Cold War” una clase maestra de cómo contar una historia con base aparentemente nacionalista y “folklórica” sin caer en la conmiseración o el autoelogio patriótico. La historia de amor que cuenta está puesta sobre reflexiones políticas, sociológicas, musicales, históricas, y aun así sigue siendo una historia de amor, simple (es un decir), potente y emocionante, que no se vuelve un panfleto como sucede, en algunos momentos, con “Roma”. El uso del blanco y negro y las imágenes que reproducen la belleza del estilo del cine clásico europeo de los años 50 ahondan en mostrar con simpleza, y podríamos decir hasta pureza, las sensibilidades de una relación amorosa cruzada por el desgarro y la derrota. “Cold War” hubiera merecido sobradamente estar también en la categoría de mejor película y no solo en la de mejor película extranjera.

En fin, que el Oscar se quedó con Cuarón y tal vez ambos se merezcan mutuamente, puesto que este año la premiación ha sido decepcionante como decepcionante fueron buena parte de los más de 130 minutos de “Roma”. No por falta de calidad de ella sino, tal vez, habría que reconocerlo, por exceso de expectativa.


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