[Crítica] Festival de Lima: «La camarista», de Lila Avilés


Entre pasillos y habitaciones revueltas, cuartos de servicio con paredes que no dejan pasar el menor ruido, solo la opulencia de la quietud. De esta forma se dibuja ante nosotros el mundo de la película mexicana «La camarista», sin duda una de las más laureadas de la Competencia oficial de ficción del 23 Festival de Lima. El eje de la historia es Eve (Gabriela Cartol), una mujer joven sofocada por su rutinario trabajo, arreglando los cuartos de un lujoso hotel en Ciudad de México. Tiene un hijo al que ve poco, le ilusiona la idea de ser trasladada a los pisos superiores —los que tienen las mejores habitaciones—, y espera con ansias que le entreguen un vestido rojo que algún huésped olvidó.

El universo de la ópera prima de la directora Lila Avilés solo es predecible en apariencia. En la primera escena la camarista del título encuentra a un anciano durmiendo entre las sábanas de su habitación, en otra oportunidad se topa con una mujer bonaerense, quien le pide que cuide a su bebé (de ahí aprendemos que Eve también es madre). En otro momento, no tiene problema en desvestirse provocativamente ante un limpiador de servicio, quien la mira desde su andamio colgante afuera de la ventana.

Del mismo modo, la pasividad de la protagonista encubre una serie de sentimientos reprimidos, que solo estallan en momentos de extrema agresividad o lujuria. La ausencia de música, los planos distantes y quietos conforman el lenguaje de la contemplación, en la que Eve se halla en trance: por momentos la vemos, en otros ella es quien mira. Incluso si lo que tiene en frente es un cuarto vacío, un inodoro o el cielo nublado del D.F. Ahí donde nosotros solo vemos una suite, Eve mira prestigio, la deuda que el hotel mantiene con ella por su esfuerzo. 

Avilés ha plasmado una mirada quieta y prudente sobre una profesión que se mantiene al margen de lo que se supone que venden los hoteles: experiencias, relajo, lujo, movilidad, el poder del tránsito global. Nos encontramos ante una postura acrítica del turismo, pero esto nunca fue lo que la directora tuvo en su mira, o lo que pretendió decir con su historia (Avilés, por cierto, comparte créditos del guion con Juan Carlos Marquéz). Aunque su protagonista empiece y termine más o menos en el mismo sitio, llamar a «La camarista» una película ‘sin trama’ sería una ingenuidad. 

Muchas cosas pueden ocurrir cuando se tiene la impresión de que no pasa nada. En efecto, Eve es arrinconada por su trabajo, presionada por sus jefes, traicionada por sus amigos e invadida por la cólera y el deseo. Las sutilezas de la narración, pudiendo decir mucho en una sola imagen, hacen de esta una obra que invoca nuestra atención, obligándonos a pensar mientras observamos. Un mérito verdaderamente notable.


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