[Crítica] Festival de Lima: «Manco Capac», heredero del Imperio

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Dieciséis años después de El misterio del Kharisiri, el director puneño Henry Vallejo (uno de los fundadores de la corriente de cine peruano llamada “cine regional”), entrega Manco Capac, su segundo largo, cuyo proyecto fue uno de los ganadores del Concurso Exclusivo para Regiones creado por el Ministerio de Cultura.

Manco Capac comienza con un encuadre notable. La cámara acompaña el tránsito de un ómnibus interprovincial con un trávelin lateral.  Vemos de cuerpo entero a Elisbán, el joven protagonista del filme, sentado en posición de feto o momia en el piso del ómnibus, a través de un vidrio que refleja las calles de Puno donde el vehículo se va internando. Al mismo tiempo escuchamos los sonidos de la ciudad; entre ellos, música de danza que será recurrente en el filme. Cuando el ómnibus se detiene y Elisbán baja con apenas una pequeña mochila de equipaje, es como si hubiera (re)nacido, huérfano, para esa ciudad que no será acogedora con él.

La búsqueda del amigo que prometió hospedarlo y pagarle una deuda será infructuosa y la de trabajo, techo y sustento, muy difícil, en una ciudad fría donde los constantes recorridos de danzantes (aún bajo la lluvia) parecen no solamente ejercer fascinación sobre el foráneo sino también acentuar la indiferencia urbana hacia él.

A través de diálogos bien dosificados (donde se luce el actor Jesús Luque, con gran manejo del timimg y control de su expresión verbal y corporal), nos vamos enterando de que Elisbán es de origen campesino y habla quechua, además de castellano, que su madre ha muerto y es rechazado por su padre, a quien recién conoció hace dos años.  Sabemos también que tiene vocación artística, pues aspira a estudiar en la ESFA (Escuela Superior de Formación Artística-Puno), y que es “humilde pero no cojudo”, como reza el lema de un triciclo que arregla con miras a conseguir un trabajo que no obtiene.

Las penurias de Elisbán en la ciudad podrían hacer caer fácilmente al filme en el miserabilismo, si no en el costumbrismo (pues todo lo que le pasa es absoluta y lamentablemente reconocible como cotidiano); sin embargo, la austeridad de la puesta en escena, el punto de vista externo, el acertado uso de la distancia de la cámara (muy pocos, pero certeros planos cercanos), y un sutil humor, evitan cualquier regodeo morboso en las tribulaciones del personaje y la menor exageración melodramática o subrayado pintoresco.

[N.E.: En el siguiente párrafo se hace mención a la secuencia final de la película, podría incluir un spoiler]

Un último mecanismo de distanciamiento y humor es el guiño metatextual de la escena en que el joven se acerca esperanzado  a un cartel, pegado en un poste de alumbrado, en el que se lee la convocatoria al casting de una película dirigida por Henry Vallejo. Este detalle nos aproxima al final, también notable, construido a lo largo del filme pero con tal fineza que resulta epifánico y a la vez irónico. Elisbán encarna la actualidad de los fundadores del imperio; en el cuerpo del actor se reúnen a la vez el pasado glorioso y el presente de soledad y abandono, la miseria bajo el dorado barniz.


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